Javier Legorburu. El Mundo/El Día de Baleares
ESPAÑA ganó el domingo el Mundial; lo que se puede decir hoy no va a ser original, pero uno escribe cuando le toca. No acostumbro a ver fútbol, me aburre; mas una final es una final y, si juega España, algo rayano en el sacramento. Fui testigo televisivo del triunfo español y testigo presencial de la celebración inmediata. En el Paseo Marítimo de Palma, se festejaba un acontecimiento apoteósico, y las banderas españolas copaban todos los ángulos de visión. ¿Qué pasó, que Mallorca se acostó catalanista y se levantó españolista? ¿Qué ocurrió, que de tan borracho que estaba el pueblo no sabía qué pendón enarbolaba...?
Siempre ha existido en esta isla un fuerte sentimiento de pertenencia a España. Española fue Mallorca en los años de la Guerra Civil, con una juventud autóctona homogénea, muy idealista, particularmente simpatizante de Falange; y española es hoy, con una población heterogénea, escasamente interesada en la política. Sin embargo, si repasamos la prensa de las dos últimas décadas, apenas encontraremos rastro de este fenómeno, y ello es debido a que una minoría, de carácter fanático, antiliberal y antidemocrático, ha monopolizado el protagonismo de las noticias, columnas, tertulias y discursos institucionales y para-institucionales. Lo español ha estado condenado por los sumos sacerdotes de lo políticamente correcto: lo español ha sido tildado de "fascista" o "casposo"; y los pocos que han defendido a la Nación han sido perseguidos de una u otra forma. El Mundial ha puesto las cosas en su sitio. Primera idea: Mallorca no es un "país catalán"; segunda: no hay nada vergonzoso en nuestra bandera; tercera: se desmontó la guillotina psicológica, se acabó el Terror.
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