BLOG DEDICADO A JAIME MARTORELL MIR




martes, 20 de agosto de 2013

COLONIA-OBERHAUSEN 2013 (II)

 

De la terraza pusimos rumbo a la estación de autobuses, donde nuestros amigos habían fletado un autocar para acudir al concierto. Nada más llegar a la misma, mi compañero de viaje y yo "asaltamos" un puesto de salchichas, pues estábamos algo hambrientos, y mientras disfrutábamos de los deliciosos y especiados manjares pudimos ver cómo iba llegando bastante peña con la cabeza rapada, botas, harringtons y ropa de camuflaje. Supusimos que iban al concierto, con cierta sorpresa, ya que creíamos que ya no era habitual esa estética en Alemania entre los seguidores de los Onkelz (porque al fin y al cabo era un concierto de los Onkelz). Pero resulta que iban a coger otro autocar que les llevaba a otro destino y no tenían nada que ver con nuestro concierto. La verdad es que aún estoy intrigado, ¿dónde irían? Tenían cierto aire hardcoreta y un pelín psycho... Cuando comenzaron a llegar nuestros compañeros de viaje ya pudimos comprobar cómo su apariencia sí era más convencional. Entre ellos había un grupito de hools del Colonia que se distinguían por sus camisetas blancas de tirantes, y de los que nuestro amigo D estaba algo temeroso de que pudieran liarla en el concierto con hools de otros equipos, aunque hay que adelantar que se portaron correctamente y no la liaron. Hasta donde yo sé, al menos.
Mientras aguardábamos que el chófer llegara y abriera el autocar, yo comencé a sentir una imperiosa necesidad de aligerar mi vejiga, pero ante el temor de que partieran sin mí conseguí aguantar, aunque no lo suficiente. Nada más abrir el autocar me introduje en el servicio. No debí haberlo hecho, aunque no sé muy bien por qué. ¿Qué tipo de problema puede ocasionar en un bicho de diez toneladas que yo haga mis necesidades en el retrete destinado a tal efecto? Mientras orinaba, el chófer dijo algo por el micrófono. Cuando salí y vi que todos miraban hacia mí con cómica e incrédula expresión, supe que el discursito no era para desear buen viaje al pasaje.
Con buena música, buena compañía y buenas (aunque algo calientes) cervezas transcurrió nuestro viaje a Oberhausen, en cuyo Turbinenhalle se celebraba el concierto. Un recinto enorme que se llenó de mucha peña curtida ya, y algunos más jóvenes, casi todos con camisetas negras. O sin ellas. Yo accedí al recinto con varios kilos de barro incrustados en las zapatillas que me obligaron a dedicar una parte de mi tiempo al día siguiente en adecentarlas, y es que el camino hacia el pabellón estaba lleno de charcos.
 
 
El concierto en sí fue espectacular, con un Kevin Russell en plena forma pese a su evidente aumento de peso (la cárcel no parece haberle sentado mal). Fue un alivio, tras haber visto hace un año a Axl Rose arrastrarse afónico por un escenario, ver que el bueno de Kevin seguía con su voz intacta, aunque no se pudiera mover como antes. Era una gozada disfrutar de los clásicos temas de la banda como si los años y las divisiones no hubieran pasado factura. Los pogos fueron impresionantes pero muy cívicos, en cuanto alguno caía, el resto de danzantes le levantaba y vuelta a empezar.
Entre los cánticos habituales de los seguidores de Böhse Onkelz (eso sí, cambiando el "Onkelz" por "Kevin"), el tema más reclamado fue, por supuesto, el de "Mexico", lo que indica la clara tendencia futbolera del público de Kevin. Así que podéis imaginar la explosión cuando comenzaron a sonar los primeros acordes del tema estrella del Mundial '86. Apoteósico, un pogo continuo. Fue tan ansiado que, de hecho, se me hizo muy cortito, pese a que en los vídeos de aquel día que he podido visitar queda claro que se recreó más de lo que yo recordaba.
Con la vuelta amenizada por viejos temas de la mítica banda alemana y por más cerveza aún más caliente, volvimos a Colonia donde salimos un rato por bares nocturnos en los que sonaban temas arenaleros clásicos. Pero no teníamos cuerpo para mucha juerga (ya estamos viejos para estos trotes), de modo que nos recogimos pronto y no acompañamos, muy a nuestro pesar, a alguno de nuestros camaradas que decidieron acabar la noche en el, dicen, "centro recreativo cultural" más grande del mundo.

 

jueves, 15 de agosto de 2013

EL CASUAL HA MUERTO

Os traigo una traducción algo "libre" (perdonad las puntuales incorrecciones, pero la esencia es la misma) del artículo "The Death Of The Football Casual" escrito por Jack Collins.



El hecho de haber nacido en los años 80 y crecido a lo largo de esa década significó mi involucración en la escena del casualismo al final de sus días de gloria. Muchos dirían que todo había terminado mucho antes de que yo llegara, pero la escena era todavía vibrante, con chicos de todas las edades participando de esa mezcla entre una forma de vestir elegante y violencia futbolera, ampliada significativamente en comparación con la generación anterior a mí.
Ya ha habido una cantidad exhaustiva de ensayos y estudios escritos sobre por qué los muchachos jóvenes se reúnen para pelear en el fútbol, así que me voy a ahorrar las chorradas psicoanalíticas y voy directamente con la regla número uno: no importa cómo seamos o cómo vistamos, los hombres somos animales tribales, y ya sea por el orgullo, el deporte o la supervivencia, vamos a luchar entre nosotros. La regla número dos es que dentro de esos bajos instintos, en los que prima la agresión y un ambiente sin control, el cuerpo experimenta un instinto de supervivencia y la adrenalina que fluye tan ferozmente a través de su sangre crea una sensación más intensa que la que he experimentado con cualquier droga. Es esa sensación la que hace que sea tan adictivo.
Tras unos años recorriendo el país para practicar esta violencia de fin de semana con mis compañeros, experimenté algo que me señaló el cambio. Películas como Football Factory y Green Street han dado a conocer el fenómeno a gran escala, y con ellas llegó una nueva generación de 'casuals' en las que no reconocía nada de lo anterior. Antes, si querías destacar sobre el resto tenías que mostrar un poco de respeto a los jefes mayores, reconocer que había una manera de hacer las cosas, y sobre todo, que ibas a mantener tu posición en una línea.
Con esta nueva generación se trataba exclusivamente de emular un estilo de vida que habían visto en la pantalla: usar la ropa adecuada, usando las palabras correctas, escuchar la música adecuada, jugando con los aspectos violentos, pero sin ensuciarse las manos. Estos chicos no eran de la misma población, como durante las últimas tres décadas de casuals en Gran Bretaña, la fábrica de fútbol había conseguido un nuevo proveedor y estaba sacando copias sintéticas baratas.
Si no me crees, haz una búsqueda de Twitter para 'casuals' o 'awaydays' en un día de partido. Serás bombardeado con centenares de fotos de todo el país con deportivas, pelo de punta y ropa de Stoney, o posando con las capuchas de sus goggle, tratando desesperadamente de crear un estilo de vida que han conocido a través de libros y películas. La realidad es que la violencia en el fútbol no es una escena de película. ¿Crees que en los años 80 tenías tiempo de fotografiarte el calzado mientras unos scousers te intentaban pinchar el culo?
Antes de que se me acuse de ser un viejo gruñón nostálgico y quejica -aún estoy en la veintena-, quiero dejar claro que ya no voy al fútbol, pues los organismos represivos han decidido que no soy lo suficientemente responsable como para acercarme una milla a cualquier campo de fútbol en el país, probablemente por temor a que podría estallar en cólera al ver una bufanda azul y blanca y golpear un montón de jubilados. Pero lo que yo experimenté fue que mi generación fue la última en mantener, o al menos intentarlo ante una cada vez mayor presencia policial, los valores fundamentales de los casuals.
Para mí, la idea de que esto había terminado llegó una mañana en el derby local, (...)cuando tras citarnos por teléfono, nuestros rivales se fueron corriendo al vernos, con miradas asustadas en sus caras. Lo siento amigo, no queremos jugar más. Dadnos nuestra pelota y nos podemos ir a casa.
Ellos pensaban que estaban hablando por teléfono con sus homólogos, los jóvenes pretendientes como ellos que saltaban a la calle gritando hasta que la policía los separaba y podrían ponerse una medalla por el simple hecho de estar allí. Cuando comprobaron que en realidad habían citado a un grupo considerable de veinte a cuarenta y tantos que tenía la intención de hacerles daño, y sin la presencia salvadora de una escolta de policía, vi sus rostros palidecer.
Tanto yo como la mayoría de compañeros de mi edad, independientemente del club, nos metimos en ello porque queríamos formar parte de algo. Éramos de una generación diferente a la de los hooligans originales de los 70 y 80, no había batallas campales de 200 tíos para arriba mientras salíamos en todos los titulares. Todo era muy cerrado y con mucha unidad, tú estabas allí porque querías estar allí. La mayoría de las veces esperabas durante todo el día y no pasaba nada, pero si pasaba, no había segunda línea en la que esconderse, no había una melé en la que perderse y sí una gran posibilidad de acabar malparado. Sabíamos los riesgos que implicaba, pero como cualquier otro muchacho de ideas afines por todo el país, que salía de su casa lleno de energía un sábado por la mañana, estábamos orgullosos de nuestra ciudad y de nuestro equipo, e íbamos a aprovechar cualquier oportunidad para demostrarlo.
Sí, nos gustaba lucir, madrugar para buscar por toda la ciudad el último modelo de adidas, gastarnos el equivalente al PIB de Burkina Faso en una chaqueta que no podíamos permitirnos, pero la imagen fue siempre un añadido. No me malinterpretéis, porque era importante. Era algo más que beberse una cerveza y llevar una camiseta de réplica, consistía en demostrar a tus oponentes (paradójico para un movimiento que nació del deseo de no llamar la atención de la policía) que tú habías llegado y que estabas allí.
Había chavales que llevaban unas Reebok Classics y el mismo polo Lacoste todos los partidos, pero eso no significaba nada. Cuando notas esa sacudida repentina en el abdomen, cuando estás en inferioridad numérica y te están superando, prefiero tener a uno de ellos a mi lado que a una docena de tíos preocupados de que no se les manchen sus adidas. En estos días, no estoy tan seguro de que la mentalidad sea la misma.
Pero con las cámaras y las escoltas policiales y draconianas, la gente podría hacerse llamar casual sin haber tenido una pelea en su vida. Y en un círculo cerrado como el nuestro, donde cualquier policía nos conoce por el nombre de pila, nadie iba a correr riesgos innecesarios, aunque tampoco liarla con el rival un martes por la noche (lo cual es más fácil decirlo que hacerlo, hay que reconocerlo).
¿Y ahora qué pasará con el casual? ¿Será como su primo mod un impresionante recordatorio del pasado estilo cultural de Gran Bretaña, pero sin importancia social? Será simplemente un uniforme junto con una mentalidad redundante y un manual de instrucciones para un estilo de vida determinado. ¿Se encontrará no en los modernos estadios de la clase media, sino en congresos nacionales a los que acudirán veteranos y entusiasmados chavales que exhibirán sus adidas o sus CP Urban Protection tomando una cerveza? Perdonadme si parezco abatido, pero nunca he sido partidario de perpetuarme culturalmente. Cuando una época ya pasó, como ocurre ahora, hay que mirar adelante, dejar el pasado donde está y no quedarse estancado, encontrar una forma de expresión para este tiempo. Después de todo, ¿no es cierto que fue la actitud la que dio la vida a los casuals en primer lugar?

viernes, 9 de agosto de 2013

SOM DE SEGONA

 

La verdad es que ya estaba cansado de la Primera División, liga bebeuvea o como se llame. Así que he decidido hacerme abonado de nuevo. Lo cierto es que no recuerdo la última vez que lo fui. Pero sí recuerdo el primer carnet que tuve y su precio, 5000 pesetas. Entonces el Mallorca estaba en Segunda y no parecía que fuera a ascender de inmediato. A las dificultades económicas endémicas propias del club se añadía un proyecto deportivo nada ilusionante. Éramos de media unos 3000 espectadores en el Luis Sitjar y de las cenizas del extinto grupo Mallorca Sud comenzaba a surgir Ultras Mallorca. ¿De qué sirve jugar en Primera si cuando obtienes una clasificación para jugar competiciones europeas te la quitan luego en los despachos? En Segunda al menos existe la posibilidad de soñar con el ascenso. O la emoción de acabar hundido aún más en el infierno.
En todo caso, qué quereis que os diga. Para ver un Mallorca-Valladolid o un Mallorca-Osasuna en Primera, el aliciente para servidor es el mismo que un Mallorca-Eibar o un Mallorca-Lugo. Y en cuanto a los dos innombrables, bastante los soportamos a diario en todos los medios como para mojarnos las bragas a 120€ cuando nos visitan. Os aseguro que no voy a añorar nada esos 12 puntos perdidos y esos 18 ó 20 goles encajados.
Así que sí, la verdad es que me siento muy a gusto en Segunda. Ya no será como antes, en el viejo estadio, con los viejos bares que ya no existen y las viejas caras que ya se fueron, el marcador manual, los anuncios de "La Casa del Jamón, con el Mallorca y afición", los boleros al descanso (¡sonaba "Patria" en ocasiones!) y aquellas gradas de pie en las que la mayoría permanecían sentados dada la escasa asistencia a los encuentros. Y tampoco me gustaría que fuera así. El pasado está muy bien para recordarlo, no para revivirlo. Ahora será muy distinto a aquello aunque muy similar a lo que hemos podido experimentar en Primera: un estadio casi vacío y un ambiente gélido, aunque con una grada joven bastante decente en cuanto a animación. Y tal vez lleno los últimos partidos si nos jugamos algo gracias al regalo masivo de entradas.
Sinceramente, creo que la Primera nos venía grande, había llegado a aburrirnos, y creo también que no soy el único. Sé que hay abonados de primera, esos que sólo se apuntan al carro cuando jugamos en la máxima categoría. Dudoso mallorquinismo el suyo, pero allá cada cual. Pero yo soy de segunda. Primero, porque no tengo dinero para pagarme un abono en Primera. Y segundo, porque empezaré esta temporada más ilusionado de lo que lo he estado en los últimos años. No tanto como cuando tenía 16 años, pero más o menos con el mismo presupuesto. Aunque ya no en pesetas, sino en euros. Al menos en esta liga no seremos una de las 18 comparsas. Seremos uno de los 22 protagonistas.
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