Hace un tiempo me acabé la primera parte de las memorias de Tony O'Neill, el célebre hooligan del Manchester United, que lleva el explícito nombre de Red Army General (la segunda es The Men in Black). Cuando me acerco a este tipo de obras temo leer un relato continuo de batallitas siempre ganadas por el o los protagonista/s, pero en este caso nos encontramos con un relato en primera persona (aunque también salen testimonios de otros compañeros de andanzas), creo que bastante honesto desde la distancia, de la vida de un célebre hooligan. Ni más ni menos.
El autor, nacido en 1958 y huérfano de padre desde los 7 años, comienza el relato de su vida desde su infancia, en el seno de una familia de clase obrera. Cuenta cómo era el ambiente juvenil en Manchester en aquellos años con bandas rivales de barrios y colegios que se enfrentaban continuamente y que sólo acabaron uniéndose gracias al fútbol, aunque en Stretford End siguieran siendo habituales las trifulcas entre las distintas pandillas. Una de las cosas que más me llama la atención es que su afición por el United fue tardía, en torno a los 12 años, y no por motivos futbolísticos o familiares, sino porque vio con sus propios ojos cómo una mob de skinheads del West Ham humillaba en su propia grada a los hinchas del City. Ya por entonces había nacido "oficialmente" el Red Army, concretamente en 1967, también a raíz de unos enfrentamientos contra el equipo del East End londinense. En realidad eso de "red army" era más bien un calificativo usado por la prensa que muchos hooligans (entre ellos el propio O'Neill) nunca se tomaron en serio o no asumieron como propio, ya que nunca adoptaron un nombre para su mob salvo el de su equipo, United. Jeff Lewis era uno de los más legendarios hooligans de aquella época.
Era la época en la que los skinheads dieron paso a los llamados por O'Neill smoothers. Aparecían los bootboys y una nueva estética con melenas largas y ropas estridentes. En las gradas, especialmente en Leeds, triunfaba el estilo de "La naranja mecánica".
También resulta interesante saber que en tan temprana época O'Neill y sus compañeros ya prescindían de bufandas y buscaban alternativas a los trenes especiales con el objeto de despistar a la policía para enfrentarse a mobs rivales. La más añorada fue el War Wagon, un bus fletado por Andy Davies, un bienintencionado trabajador social, que creía ingenuamente que aquellas excursiones servían para reformar a los chavales conflictivos a su cargo, que en realidad lo usaban para liarse a hostias con los hinchas rivales. Pero nada es para siempre y los viajes en el War Wagon acabaron saliendo en la prensa finalizando sus días cuando fue incendiado vandálicamente, ya que también era utilizado por hinchas del City.
Hay algunos apuntes curiosos sobre la época, como por ejemplo, la moda de los nunchakus y de las estrellas ninja (como cuando yo iba al colegio) debida a las películas de Bruce Lee, que también era imitado en lo estético. Sus imitadores, apunta, solían ser los más cobardes.
En cuanto a sus roces con otras aficiones, destacaría el relato de un amistoso contra el Rangers que acabó en batalla campal, y en el que se dio cuenta de que los escoceses eran otra dimensión en cuanto a hooliganismo. Y eso que los mancunians no eran mancos, valga el fácil juego de palabras, ya que como sabréis, eran sin duda los que más gente movían a la hora de pelear. De hecho, en los 70 prácticamente nadie viajaba a Manchester, ya que era bastante peligroso. A mediados de la década sólo lo hicieron los hinchas del Tottenham y con protección policial (me resulta difícil de creer aunque no me he entretendio en contrastar el dato, en todo caso no hago más que trasladar lo que dice el autor). Los locales se reunían en el centro de la ciudad horas antes y no había sectores para visitantes en la grada ni protección policial. Otros hinchas jodidos eran los del Newcastle y es divertida su anécdota de cómo consiguió escapar de un linchamiento a manos de los geordies en un desplazamiento ya que no llevaba bufanda. También habla de la London United, la alianza entre Millwall, West Ham, Chelsea y Tottenham cuando escoceses o norteños invadían Londres con motivo de algún partido. Y de los Cockney Reds, por supuesto. Pero la verdad es que el tema de las batallitas no suele interesarme mucho y lo paso un poco por encima en estos libros personales, ya que la experiencia propia suele ser subjetiva y sesgada, contando sólo una parte de los hechos, más que nada porque aunque el narrador sea más o menos imparcial, lo que está claro es que no podía estar en todas partes ni en todas las movidas al mismo tiempo.
No deja de lado dos temas polémicos de la época que fueron muy utilizados por la prensa para demonizar a los supporters como eran la presencia de ladrones y delincuentes comunes que se aprovechaban de los incidentes para robar y saquear comercios (se citan los saqueos en Londres con motivo de la final de la FA Cup de 1979) y la infiltración de ultraderechistas del National Front, aunque deja claro que, a diferencia del City, los hooligans del United nunca participaron en sus marchas. Hay que recordar que en el City había una división por este tema ya que en uno de sus grupos, los Cool Cats, había bastante presencia de negros.