Asisto anonadado a la explosión de colorismo patrio que está teniendo lugar durante este Mundial. Banderas en balcones, bares, pequeños comercios, coches, venta de todo tipo de artículos con los colores rojigualdos... Desde el humilde senegalés con sus bagatelas hasta las multinacionales de comida rápida, pasando por unas extrañas pulseras con supuestas propiedades terapéuticas que anuncian por la radio, todos han hecho de nuestra bandera una mercadería. A algunos ofende esta exaltación patriótico-futbolera, bien porque les ofende España directamente, bien porque consideran que es una frivolidad que símbolos tan sagrados se vean mancillados de esa manera.
A mí me parece estupendo que nuestros colores se hayan convertido en un artículo de consumo demandado. Ya era hora. Y paradójicamente gracias a esa globalización tan nefasta para las identidades nacionales. Es sencillamente una imitación de lo que vemos que se hace en otros países. O lo que hace en nuestro país gente de otros países. La conclusión positiva es que, al menos en fútbol, no nos avergüenza exhibir los colores de nuestra nación. Estaría bien que este recuperado orgullo de ser español se extendiera a otros ámbitos. Todo a su tiempo.
Y aunque algunos de estos cachivaches en venta me parezcan ridículos, creo que si este patriotismo futbolero lleva a un aumento del consumo, bienvenido sea. Será un pequeñito paso hacia esa anhelada recuperación económica. Siempre y cuando los productos no sean made in China, por supuesto.
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