BLOG DEDICADO A JAIME MARTORELL MIR




miércoles, 27 de octubre de 2010

MALLORCA AWAY

Primer acto




"Y si te viste forzado a comer levántate, vomita, paséate y reposarás"

Eclesiástico 31, 21

El viaje empezó, esta vez y a diferencia del desplazamiento a Roma, partido en dos. El señor Nordli se presentó en Palma de Mallorca el viernes bien entrada la mañana -lo cual tuvo sus consecuencias doce horas después- y un servidor de ustedes lo hizo al terminar su jornada laboral; esto es hacia las ocho de la tarde. No obstante, la compañía en el vuelo de Ryanair que nos trasladó a ambos a la capital balear fue idéntica, según pudimos constatar ambos al encontrarnos allí y comentar nuestros respectivos desplazamientos. Por lo visto, el pueblo más cateto de España visitaba la isla repartidos en turnos iguales a los nuestros, así que ambos realizamos el viaje en grata compañía regada con sonoros alaridos de gordas en celo, cuya guinda fue un cumpleaños feliz coreado por todo el pasaje. De regalo. Lo de siempre cuando uno vuela por estos precios, supongo.
Sea como fuere, me consta, aunque no estuve ahí, que el señor Nordli se puso tibio en las cervecerías de la zona más céntrica de Palma mientras esperaba mi llegada junto a uno de nuestros anfitriones. De hecho, al llegar yo al aeropuerto lo primero que hizo el cabrón fue darme la mano y entrar en el baño a descargar líquidos. Apestando a alcohol en todo momento y poseído por una rara obsesión que le duraría todo el fin de semana por la música Jazz. “Yo he inventado el Skinhead Jazz”, repitió en varias ocasiones a nuestros colegas mallorquines, que se miraban entre sí con cara de pedo, sin saber muy bien qué decir (o qué bebida pedir a partir de entonces).
La primera noche -la del viernes- fue tranquila. Nuestros dos anfitriones principales nos trasladaron a ambos y a otro visitante venido allende los mares a cenar y luego de fiesta por una de las zonas habituales de la ciudad. El tema no terminó mal, salvo por un polémico y abundante vómito en cierto coche recién comprado y la consiguiente agresividad que experimentó el dueño del vehículo. Poco después, ya en un garito, los ánimos se apaciguaron cuando dos señoritas de la zona encontraron el aspecto del señor Nordli (sobado en la barra con olor a tropezones intestinales) harto interesante. De hecho, le entraron. Mi compañero de fatigas y viajes futboleros (amén de culturales) en ese momento se animó de inmediato y se volvió a unir a la fiesta, aunque de forma más moderada.
La noche terminó con promesas de folleteo para algunos afortunados el día siguiente, durante el mítico Oktoberfest, la fiesta alemana de la birra y los bávaros. Y con una sonrisa pintada en la cara, y algunos con la polla más tiesa de lo habitual por lo que depararía el mañana, todos nos retiramos a primera hora de la mañana a nuestros aposentos poco antes de ver salir el sol.

Segundo acto



"Con el vino no hagas el valiente; que el vino ha perdido a muchos"

Eclesiástico 31,25

La mañana del sábado fue bastante caótica. Uno se fue a comer con unos parientes, otros sobaban con la ropa del día anterior encima y, los más desafortunados, se dedicaron a limpiar el coche del pestilente olor al producto vomitado la noche anterior por uno de los presentes.
Por la tarde nos decidimos ir a merendar a la mítica zona de Magalluf. Una especie de balneario 'hooligan' implantado en mitad del mediterráneo cual chincheta en un corcho. La zona estaba vacía, salvo por un grupo de unos ocho ingleses que agarraron sus pintas vacías y dejaron de reír cuando pasamos por su lado. Es lo que tiene el pelo corto, las Stone Island y las New Balance del señor Nordli (yo llevaba unas impolutas Fred Perry que no gustaban a nadie y los demás Adidas). Al final la tensión no llegó al río y nos tomamos unas buenas pintas y platos ingleses hasta bien entrada la tarde sin ser en momento alguno interrumpidos o importunados. Sobre las ocho y pico decidimos volver a Palma para asearnos -habíamos quedado con dos señoritas, no hay que olvidarlo-. Después nos pondríamos rumbo a la zona del Arenal, también conocida como Kartofenlandia.



Una vez en esa zona de ocio germano se unió a la expedición, además de las dos damas, otro mítico mallorquín amigo del casualismo. Él sería, a la larga, el protagonista de la noche tras proponer a las dos delicadas miladys un sonoro “aquí están las llaves de mi casa, vamos a follar”. Estas observaciones, compartidas con el resto del grupo en varias ocasiones, al principio sacaban sonrisas picaronas y traviesas en las invitadas. Luego acabó por cansarlas cuando vieron que el amigo tenía el rifle cargado y apuntando en su dirección. Vamos, que no era el típico salido gracioso que además luego sale del armario para justificar su broma. No. Él iba en serio y además, cuando la cosa se puso turbia, en vez de salirse por la tangente con el rollo de la homosexualidad (recurso fácil) decidió emigrar “a su chalet de Júpiter” -como diría el señor Nordli- para después entonar una canción que rezaba algo así como: “Yo soy de Rentería”. Muy en plan Antonio Molina.
Al decir que la cosa se puso turbia me refiero a que nuestras acompañantes montaron un pollo en plena calle, poco menos que llamando acosador al amigo. “Estoy aquí de puta madre y tú cortándome el rollo cada dos por tres, baboso”, le espetó una de ellas, mientras la otra, menos ofendida, ponía caretos al toldo de un puesto ambulante de perritos calientes. El otro, como digo, comenzó a cantar baladas al cielo mientras se guardaba las llaves. El objeto de la bronca. Nunca un trocito de metal dijo tantas cosas y recogió tantas conclusiones.
El grupo, en esos momentos cruciales, se dividió. Unos se fueron a sobar (que no a follar, muy a su pesar) y otros decidimos seguir de marcha por el Arenal, aunque seleccionando garitos españoles que, por otra parte, resultaron estar cada cual más vacío que el anterior. No importó. Nos lo pasamos muy bien con el de Rentería encarándose con las palmeras y metiéndose hostias él solo contra el suelo mientras gemía que no le pateasen más. Esperpéntico, pero muy grande.
Tras abandonarle cerca de su casa, al de Rentería, que también responde al nombre de 'Míster Ese', el señor Nordli, un servidor y el del coche nuevo nos fuimos a tomar una última copa a un local de ambiente tranquilo. Era una especie de fiesta privada. Debimos de resultar atractivos, porque algunas de las chicas presentes se pusieron a darnos la tabarra pidiendo conversación y alcohol. La situación se zanjó con la frase más mítica del viaje, junto a la de “yo soy de Rentería” mencionada unas horas antes. “Mira el gato”, fue. Las chavalas se sintieron vaciladas y nosotros nos retiramos, que ya iba siendo maldita hora. Cuando salíamos por la puerta, era el gato observado el que nos miraba a nosotros.
La mañana del domingo fue más sosegada que la anterior. Después de almorzar nos dirigimos a Son Moix. El ambiente del día fue más bien frio. Aunque la grada joven tiene bastante gente de la llamada 'animosa', el día era lluvioso. Además, el campo no se llenó y hay una pista de atletismo enorme entre la grada y el césped. Por estos motivos el ambiente no fue, como digo, el más caliente que un servidor ha vivido. Aún así, en compañía de Mr. Quely y Mr.Potato, junto a otros conocidos mallorquines, presenciamos un partido -aburrido- entre el Mallorca y el Espanyol lleno de anécdotas divertidas y entrañables, que seguro recordaré en años. Por ejemplo, la del niño-bandera. Me gustaron, en cualquier caso, los cánticos contra el Villareal, equipo de mierda donde los haya.
Tras el partido cayeron birras y unos cuantos perritos calientes en uno de los locales que rodean el campo. Posteriormente tuvo lugar una visita clandestina al Lluis Sitjar, el antiguo estadio del Mallorca, que a pesar de estar en ruinas daba una imagen majestuosa de lo que debió haber sido en tiempos. Nos colamos en plan okupa y, lamentablemente, no pudimos inmortalizar el momento con ninguna cámara. Personalmente debo agradecer el momento, pues si bien fue breve, encierra uno de los pasajes más emotivos del viaje. No todos los días se tiene la oportunidad de entrar en el esqueleto de un antiguo señor estadio actualmente abandonado mientras un veterano de la escena, en la oscuridad y a tu lado, te va señalando, desde la que fuera una tribuna preferente, los sitios clave que marcaron la historia de las gradas mallorquinistas (y mallorquinas), que en ese momento asoman entre las sombras de la noche mientras en tu memoria se suceden los episodios de melenudos con pancartas y chupas en un lado, bombers en el otro, bengalas a mansalva y alguna que otra avalancha. Eran esos unos ecos del pasado. De un pasado que muchos recuerdan con mucha más nostalgia de la que jamás imaginaron.
Finalmente, y después de tan señalada visita, nos dirigimos a un restaurante chino cuyo cocinero era español, para posteriormente retirarnos cada uno a nuestros aposentos. La despedida no fue emotiva. No había motivo para que lo fuera. Seguro que nos veremos muy pronto. El vuelo de regreso -que esta vez sí que compartimos el señor Nordli y yo- tuvo como anécdota el enfrentamiento verbal entre mi acompañante y un auxiliar de Ryanair. Nos quedaremos con la frase de la discordia, para no aburrir más al personal: "Esto con Iberia no pasa". El resto queda para los que estuvimos allí.
Eterno agradecimiento a los anfitriones mallorquines y felicidades por la preciosidad de isla que les acoge.

Burberry &Champagne.



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