BLOG DEDICADO A JAIME MARTORELL MIR




sábado, 24 de abril de 2010

MODUS VIVENDI SPQR MMX

En un ejercicio de endogamia bloguera, nuestros amigos de Madrid Modus Vivendi han tenido a bien compartir con este humilde blog sus peripecias por la capital romana. Esperamos que disfrutéis de esta crónica y animamos a todos los lectores a que compartan sus experiencias con nosotros (con vosotros). Gracias.

ON TOUR ROMA 2010

El viaje comenzó con un rebote, como de costumbre. Resulta que Ryanair decía en su página web que los billetes costaban 50 euros por cabeza, o algo así, y según iba el señor Nordli aceptando pasos y condiciones, me iba relatando al teléfono cómo nos iban soplando cinco euros de facturación online, diez euros de tasas y tres con cuarenta por cagarnos en su puta madre.
- Bueno, qué, ¿los pillo? Son 80 euros en total…
- Venga, píllalos, ya que estamos pues apechugamos. Hijos de puta. A ver si nos las arreglamos para recortar los gastos hoteleros como sea. Pero qué hijos de puta.
Y así, en armonía y felicidad, fue como durante una fría tarde-noche de enero, el señor Nordli y yo decidimos que Roma sería una de las visitas culturales a realizar este año. Con esa ilusión pasaron semanas, lluvias y alguna nevada hasta que llegó el día de embarcar. Y ante el control de seguridad fue cuando empezamos a dar una lección de antiguos valores. De carácter ‘oldskool’ y todo eso.
- ¿Dónde coño se compran esas bolsitas transparentes para pasar la maldita pasta de dientes?
- ¿Pero ocupa menos de 100 mililitros, no?
- Que sí joder, que aquí pone 75 mililitros. ¿Pero no las regalaban?
- Aquí qué coño te van a regalar, voy a ver qué pone en ese cartel…
Resulta que había que comprarlas en la “tienda más próxima”, que creo que fue un Relay de esos que venden prensa (y por lo que se ve, también bolsitas transparentes). Recuerdo con rabia que fueron 20 céntimos por cada bolsa transparente para asegurarle al ilustre Prosegur del control que no teníamos pensado gasear a ningún Erasmus de los cojones durante el trayecto metidos en el pájaro de hierro correspondiente. Ya en el control servidor pasó sin problemas, pero al señor Nordli le cachearon porque sus Adidas llevaban algún tipo de metal (según descubrimos todos en aquel momento). No obstante, la escena más escalofriante fue el pollo que montó una tipa con relativa clase y mucha estupidez en sus neuronas que protestaba porque iba a tener que dejar unas cremas que “llevaban caviar” y le habían costado una pasta. “Tonta del culo”, fue el pensamiento que tuvimos el señor Nordli et moi al instante. Sin embargo, y las cosas como son, posteriormente tuvimos que reconocer muy a nuestro pesar que esa mujer era un modelo a seguir con su casualismo de neceser.
Así pues, a los 45 minutos de descubrir que el caviar no sólo se come, sino que también se absorbe, despegamos rumbo a la Ciudad Eterna.
- Tú, esto se mueve mucho, ¿no?
- Se mueve un poco, sí… a ver, mira el careto de la azafata…
Y la azafata andaba en ese momento intentando vender no sé qué historias rebotando en todos los asientos del aparato. Izquierda, derecha, izquierda, derecha…
- No lleva mala cara.
- Ya veo. Esperemos que su sonrisa sea sincera y no acabemos en un destino inesperado.
Y así, con unas cuantas turbulencias a la altura de Punta Ballena (aproximadamente) y un aterrizaje que más de un garrulo (y de dos) recordarán como la aventura más excitante de su miserable y penosa vida, llegamos al aeropuerto de Roma Ciampino.
Fue al rato de aterrizar, y de que un buen amigo nativo, al que podemos llamar Grimaldi, nos llevase al hotel seleccionado, cuando nos dimos cuenta de lo a tomar por culo que estábamos de todo. Íbamos a tener que tirar del carro de Grimaldi (un Fiat, cómo no) para movernos. Menuda gracia tanto para él como para nosotros, pero bueno, así es la vida. No obstante, y a pesar de la ubicación de nuestro campo base, el señor Nordli se llevó en aquellos momentos de conducción temeraria una grata sorpresa al sonar en el coche del amigo italiano el tema ‘Un bidón de gasolina’, de ‘Los Flechazos’. Y así, al ritmo de las odas elaboradas por el grupo leonés, nos adentramos en la oscura periferia romana…
Ocurrió entonces, al presentarnos en el hotel. Ahí, en ese preciso momento, fue cuando tuvo lugar el primer incidente extraño del viaje. Por lo que se ve, el empleado de recepción no debió de encontrar agradables nuestras pintas -muy correctas, por si a alguno le cabe alguna duda- e hizo algo raro con la tarjeta de crédito de servidor (que por cierto, era de débito pero coló igual). Al enterarse Grimaldi, ya en su Fiat camino de Roma, de lo que probablemente había sucedido, empezó a afirmar que mataría al “infame de recepción”. “Vosotros volvéis a España, pero yo vivo aquí y le voy a matar”, aseguraba una y otra vez. Tanto yo como el señor Nordli tratábamos de decirle que tampoco era para tanto. Cosas que pasan y tal. Pero no había forma de calmarle. El chaval estaba muerto y la lápida encargada.
Finalmente, tras tomar dos paninis (o paninos o como cojones se llamen los bocadillos ahí) en un garito de comida nocturna lleno de bellezas locales, algunas de ellas lesbianas, y con Grimaldi ya calmado, ponemos rumbo de vuelta al hotel, que en futuras noches sería escenario de escenas muy fuertes “hasta para los estándares balcánicos”, que diría algún coleguilla del Este. Y no precisamente por la cama de matrimonio que, “por error” del encargado de turno, tuvimos que compartir mi camarada y yo durante nuestra estancia en el país de la bota. En cualquier caso, y para no dar pie a ningún rumor extraño, me gustaría confirmar que el señor Nordli y este humilde narrador siguen sin conocerse tan a fondo como el que nos gestionó la reserva pretendía, visto lo visto.
De este modo –es decir, con una barrera de almohadas de por medio y las espaldas una frente a la otra- recibimos a la mañana del sábado, que venía con algunas nubes, pero prometiendo una jornada apacible.
El encuentro matutino se celebró tarde por culpa de Grimaldi. “El atasco de mierda de questa città, amigos”, nos dijo a modo de buenos días. No te preocupes Grimaldi joder, el puto tráfico es igual en todos lados, y tal, le respondimos nosotros, tratando de tranquilizar su ánimo.
El plan del día se resumía en quedar con unos colegas españoles que andaban por la zona mientras Grimaldi se dedicaba a hacer su santa vida, y luego, a media tarde volver a encontrarnos con él.
La mañana fue muy religiosa, la verdad. Un desayuno frente al Vaticano, unas fotos en la plaza de San Pedro y luego a purificar nuestras manos con el agua bendita del río Tiber, que por cierto, estaba llena de mierda, así que probablemente la purificamos nosotros a ella. Luego, el señor Nordli, como futuro científico que seguro llegará a ser, trató de averiguar la profundidad del río en cuestión a pedradas. “Es más profundo de lo que parece”, fue su valoración final, y con ella nos largamos con la música a otra parte: la Fontana di Trevi y alrededores.

Por la zona turística de Roma pues mucha gente y bastante cura. Al final nos apalancamos en una pizzería de la zona, de esas en las que te clavan, eres consciente de ello y te da igual. Porque tú lo vales, cojones.
- Signori, chi disian tomare?
- Pizza Margarita
- Pizza Margarita
- Pizza Napoletana
- Spaguetti Bolognesi
- Pizza Bolognesi
- Signore, pizza Bolognesi?
- Si, una pizza Bolognesi.
- Signore, non existe questa pizza…
- Joder, si lo he visto en la carta.
- Signore, existe spaguetti Bolognesi, non la pizza
- Coño, que sí.
- Signore, no e possibile…
- Hostia ya, pues tráeme los spaguetti esos de mierda.
Al finalizar la sentada en la terraza, pagamos y el señor Nordli y yo, que por cierto, no comimos, sólo bebimos, nos separamos de los colegas por un período de tiempo indefinido (de hecho, ya no los veríamos más). Ellos se largaban a su hostal y nosotros al Coliseo, por eso de hacer la ruta completa, aunque ambos ya nos conocíamos relativamente bien la milenaria urbe.

Tras un interesante debate sobre la religión –comenzado a raíz de pasar enfrente de la Universidad Pontificia- en el que no llegamos a ninguna conclusión salvo que los dos estábamos de acuerdo en todo lo que argumentábamos, llegamos al mítico estadio de la antigüedad. Después de hacer las fotos de rigor tiradas por unos incautos abuelos que pasaban por la zona (“pero sácame las zapatillas eh”) subimos hacia Via Cavour buscando, en primer lugar, un sitio en el que comer –si conserváis un poco de memoria recordaréis que no habíamos comido- y segundo, una tienda llamada “La Testa di Ferro”, de la que nos habían hablado con anterioridad.
El señor Nordli y yo decidimos que haríamos lo primero que se nos cruzase por el camino. Es decir, que si nos cruzábamos antes la tienda, iríamos antes a la tienda, y viceversa con el restaurante. Resultó que la tienda estaba antes. Sinceramente, nos habían hablado de literatura ultra y música interesante, pero salvo un par de libros –uno me lo tuve que agenciar- y el disco “Ska da Fascio” (que finalmente no cayó al decidirme por el libro), lo demás eran las teorías de Buda revisadas por ilustres fascistas italianos y cosas por el estilo. Nada de nuestro interés, realmente. Así que, tras despedirnos cortésmente del dueño nos largamos en busca de una pizza en condiciones, que ya era maldita hora.
Y maldigo el momento en el que deseé una pizza en condiciones. Básicamente porque al final acabamos en una especie de kebab de la pasta, en donde nos dieron una especie de pizza de mierda hecha con verduras y patata y cosas muy raras. Así que, a pesar del hambre, no entró demasiado bien el tema en nuestros ansiosos estómagos.
Tras nuestra accidentada parada culinaria, decidimos largarnos a pata a la popular barriada de San Lorenzo, que en coche no quedaba muy lejos –al otro lado de la Estación de Termini- pero que andando era un puto trecho. Pero bueno, tanto el señor Nordli como un servidor nos consideramos amigos de los paseos. Y qué cojones, ¿hay algo mejor que darse un garbeo por el centro de Roma a las cinco de la tarde con un tiempo primaveral? Y no vale responder ni follar ni beber. ¿Vale? Pues por eso nos tiramos media hora subiendo y bajando cuestas, aprovechando ya que estábamos para analizar la fachada de ‘Casapound’, el centro social fascista, que nos pareció, a diferencia de lo que opinan por aquí los cuatro cazurros de pueblo que van de comunistas y no han salido de la granja en su vida, un proyecto serio y bien montado. También supusimos, en aquel momento, que los centros sociales y tugurios del otro ‘bando’ debían de compartir una seriedad parecida, como así se nos demostró en San Lorenzo al comprobar que los chavales de RASH Roma tienen un garito aparentemente bien acondicionado a pesar de tener escasos años de existencia, mientras que aquí, la RASH Madrid, que lleva años y años manteniendo un foro –lleno de imbéciles, dicho sea de paso-, la componen tres amiguetes con unas lecturas y gustos musicales en común. Pero es lo que decíamos del hecho de no salir de la granja y tal.
En todo caso, al encontrarnos con el amigo Grimaldi al volver de San Lorenzo (en donde comprobamos que la mítica tienda de los ‘Boys Roma’ ya no existe más), éste nos hizo unas interesantes valoraciones sobre la política en Italia: “Ahora son todos unos mierdas. No valen para nada en su inmensa mayoría. La gente que merecía respeto existía en los años 70, y claro que eran fascistas”. Más claro, el agua. Y si encima te lo dice un tipo que ronda los 40 años, pues hasta te lo crees. Tras esta interesante crítica servidor suplicó a Grimaldi seguir con la charla, si le apetecía, pero en compañía de alimentos. “Si te metes en una mierda de kebab es lo que pasa”, comentó al enterarse del lugar elegido previamente por nosotros para comer, dándole la razón al señor Nordli, que ya en su momento me dijo que aquel sitio tenía pinta de ser “un lugar de mierda”.
Mis suplicas fueron escuchadas, y tras meternos unas croquetas de arroz raras –pero buenas- y un trozo de pizza como Dios manda, Grimaldi se ofreció a darnos a conocer el barrio de Eur, que es donde se encuentran una gran cantidad de edificios e instituciones oficiales. Buen barrio residencial en el que vivir si tienes pasta, aunque “ni atracando todos los bancos de Roma” uno pudiese optar a una choza en esa parte de la ciudad. Siempre según Grimaldi, claro. Yo supuse que siempre depende del banco, pero no lo dije en alto, a ver si se iban a pensar que estaba dando ideas y procediesen a (intentar) cumplirlas. Están locos estos romanos, ya sabéis…
Tras la visita del barrio ministerial, Grimaldi nos invita a ir a un partido del ‘Virtus Roma’, el equipo de baloncesto de la ciudad. Aceptamos, pues tampoco teníamos nada mejor que hacer, la verdad. El partido fue un coñazo, porque el baloncesto no nos llamaba la atención a ninguno de los tres (Grimaldi incluido), pero el caso era ver en directo al grupo local, los Warriors. Buena gente, la verdad. Luego fuimos a cenar unos cuantos a una pizzería, que ya sí colmó mis jodidas expectativas. Al finalizar la cena, el señor Nordli y yo nos vimos obligados a rehusar una tentadora oferta para salir de marcha por ahí.
- Vieni ahora di festa con noi.
- ¿Qué?, aaah, vale, vale, ¿a dónde tío?
- Jogare a bolos, capisci?
- ¿Bolos? Qué dices tío jaja, va, en serio, ¿dónde?
- Jogare a bolos!
- Entiendo. Bueno, mira, es que estamos un poco cansados…
- Ah, capito, capito…
- Si, me alegro que capites, porque estamos agotaos, de vero…
La excusa era creíble por la sencilla razón de que momentos antes, y mientras los italianos decidían qué hacer, mi compañero de fatigas quiso probar mi agilidad física tras engullir una magnífica pizza y acabamos montando un espectáculo que nuestros anfitriones no sabían cómo tomarse. Nosotros estábamos, obviamente, zumbándonos en broma, pero supongo que el hecho de reventarle la decoración vegetal al del restaurante debió de alimentar otra imagen.
Tras nuestra ejemplar exhibición de talante hispano, y muy a nuestro pesar como ya os digo, el señor Nordli y servidor, acompañados de Grimaldi, decidimos retirarnos a nuestros aposentos, que como ya he dicho antes, estaban a tomar por el culo de cualquier lugar civilizado. Y fue entonces, con la intimidad que otorga la habitación, y tras llevar no sé cuántas mierdas echadas al estómago en las últimas horas, cuando decidí acudir a mi reunión de última hora con el señor Roca. Y fue una especie de telepatía maravillosa la que se vivió en aquella estancia. Os lo juro por Thor, Odín y todos los panteones paganos del mundo. Fue un momento único. Y es que, mientras mi culo iba tosiendo el Producto Interior Bruto (PIB) de un servidor, el señor Nordli adornaba los silencios desde el otro lado de la puerta del cagódromo con exclamaciones poéticas cuyo estribillo repetía con matemática exactitud: “¡Jooooder tronco!” Finalmente, y tras yo limpiar mis intestinos y él su piel –pues se duchó el muy caballero-, nos dedicamos a sobar en la que sería nuestra última noche en ese hotel.



Y digo en ese hotel porque, aunque la reserva la teníamos hecha hasta la noche del sábado debido a nuestro inminente regreso el lunes de madrugada, Il Corriere della Sera nos alegró el amanecer del domingo con la noticia del maldito volcán islandés de los cojones, que a esas alturas llevaba tocándole los huevos a la práctica totalidad de Europa. Grimaldi, pesimista como siempre, auguró que hasta el miércoles seríamos sus invitados. Y no es que no nos guste la presencia de Grimaldi, al contrario, pero uno tiene obligaciones, familia y, sobre todo, poca pasta como para estar tres días más de marcha por la zona.
No obstante, y tras decidir reservar un hostal tirado de precio en el centro de la ciudad para la próxima noche, el señor Nordli y servidor acordamos, tras barajar varias soluciones, no preocuparnos más durante el día.
- Encima que nos tangan con los billetes ahora nos van a joder estos cabrones con esto…
- Mira tronco, te lo digo en serio, si hay que esperar hasta el miércoles yo me pillo un tren mañana a España y a la mierda…
- Estoy de acuerdo, en tren, o en un barco hasta Barcelona y ahí ya lo vemos… aunque nos vamos a tirar dos días mínimo de viaje…
- Me la suda, además lo del barco me ha gustado.
- Claro, que así vemos el mar joder.
- Maldito volcán de los cojones…
De esta manera, y tras un par de llamadas realizadas a los seres queridos para informar de nuestra situación y las posibles soluciones en caso de quedarnos tirados en Roma –algo muy probable, según la prensa local y la web de Ryanair-, nos dirigimos con Grimaldi al estadio Olímpico, ya que se iba a disputar el derbi de la ciudad: SS Lazio – AS Roma.
Del partido ya habréis escuchado muchas cosas. Tifos por todos lados –el primero que trató de sacar la Curva Sud tuvo problemas-, hostias a mansalva (cinturón en mano en demasiadas ocasiones) y cargas policiales de rigor al finalizar el mismo, además de enfrentamientos con varios acuchillados –uno en el cuello- para ponerle la guinda al pastel. Lo típico, vamos. Finalmente victoria romanista, lo que les asienta como los líderes de la tabla, y la Lazio más cerca del descenso todavía. Pero en tema de grada y de calle todo muy igualado, la verdad.
El señor Nordli y servidor fuimos unos espectadores pasivos de la mayoría de los acontecimientos, salvo de las cargas policiales fuera de la Tribuna Tevere al finalizar el encuentro, en donde sí tratamos de involucrarnos. Joder, para una vez que no íbamos a llevar las de perder de forma clara, pues pretendíamos otorgar algo de coherencia vital en nuestro caso particular al famoso eslogan de “ACAB”. No obstante, putadas de la vida, al poco de unirnos a la plebe en su rebelión, los ‘carabinieri’ protagonizan la carga más dura de la noche (supongo que intentaban que fuese la definitiva) y el señor Nordli y mi persona nos vemos obligados a poner pies en polvorosa a través de un parque en el que había unos ecuatorianos haciendo un botellón y flipándolo en colores. “Pobre gente, todavía les deportan por fútbol, que en Italia no se andan con tonterías ni en el tema del ‘calcio’ ni en el de inmigración”, pensé en esos momentos.
Tras nuestra emotiva, simbólica y, sobre todo, breve resistencia fuera de la Tevere, nos encontramos con el amigo Grimaldi, que tras invitarnos a cenar a una pizzería de por ahí, nos traslada al hostal. Despedida y cierre de nuestra estancia en Roma. Ya sólo tocaba volver.
Las opciones, como digo, eran varias: plantarse en el aeropuerto y montarla hasta el miércoles optando a un bonito arresto, ir a las taquillas de Termini y pillar el primer ferrocarril con destino a la primera ciudad española que se nos pusiese a tiro o largarse a Civitavecchia y desde ahí embarcar en un ferri a cualquier ciudad española del Mediterráneo que se nos pusiese a tiro. Casualidades de la vida, al llegar a la recepción del chamizo nos encontramos un ordenador encendido y decidimos comprobar, por si acaso, el estado de nuestro vuelo, aunque previamente nos había aparecido como cancelado. Sorpresa. Ya no estaba cancelado, sólo retrasado.
- Pues nos plantamos en el aeropuerto tres horas antes, y a ver qué se cuece.
- Vale, ¿en taxi o en bus?
- ¿Tienes pasta?
- Relativamente, sí.
- Pues en taxi coño.
Y de este modo, amigos y –espero- amigas, a eso de las tres de la madrugada de un lunes, las siluetas del señor Nordli y del narrador de esta historia se recortaban en la enorme fachada de la mítica ‘Stazione Roma Termini’, mientras buscábamos un dichoso taxi que nos llevase al aeropuerto de Roma Ciampino.
Obviamente, encontramos un taxi, y tras un viaje donde perfectamente nos podíamos haber dejado la vida, llegamos al aeropuerto. Ahí tuvimos la tremenda suerte de cruzarnos con un tarado mental que me preguntaba a mí informaciones sobre un vuelo a Gerona. “Y a mí qué coño me cuentas tronco”, era mi pensamiento más inmediato, que no quise exponer debido a las pintas del menda. Un asesino en serie como mínimo, de verdad. El psicópata de ‘Seven’ al lado de este tío podría ser comparado con Ken, el pagafantas de las putas barbies.
Poco después de conseguir librarnos del chalado sin ofenderle demasiado, fuimos identificados por los ‘caribinieri’ destinados en el edificio –desconozco el motivo, quizás era por estar despiertos-, desayunamos en una cafetería (en donde al señor Nordli le dieron las vueltas en monedas de uno, dos y cinco céntimos, para aumentar el mosqueo matutino que ya llevaba encima) y, por último, pasamos el control policial (en donde al camarada le volvieron a sonar las Adidas metálicas). A pesar de todo, parecía que la vuelta sería en avión y a su hora, relativamente.
Las últimas palabras del viaje demuestran la nostalgia que sentíamos:
- No me jodas que todos estos niñatos van en nuestro avión.
- Pues me temo que eso parece…
- Putos colegios, los odio. Y encima las chavalas son feas de cojones. ¡Mira, mira esa gorda!
- Joder con la gorda…
- Coño, si eres gorda no te metas una camiseta ceñida hostias…
- Ya te digo
- En fin tío, a ver si pillamos ventanilla…
Pues nos tocaron dos pasillos como la copa de un pino, por ser gilipollas y entrar por la puerta de atrás.
¡Hasta la próxima!

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