He pensado hacer esta contracrónica de Londres 2010 no porque crea que el relato de los hechos de Alan Smithee (aka Ensaimada) no se ajuste a la realidad, sino más bien como complemento. Y no es que la crónica sea incompleta. O bueno, tal vez sí. Pero es impecable como crónica: concisa, objetiva y descriptiva. Lo que yo me propongo es hacer alguna reflexión sobre las impresiones que me causó el viaje, y es que las impresiones son al fin y al cabo lo que convierten un viaje en toda una experiencia.
P.B.: Inevitablemente, el espíritu de este entrañable e ilustre personaje de la Serralta te acompaña cuando estás rodeado de atmósfera futbolera y tíos calvos bebiendo pintas de cerveza mientras oyes y cuentas historias. P.B. tuvo la mala suerte de nacer en el lugar equivocado. Pero estoy seguro de que, en cierto modo, su recuerdo en nuestras mentes y corazones hizo que él también disfrutara desde la distancia de esa agradable sensación que sólo puedes experimentar al lado de gente "que se ha pegado por fútbol". O eso, o le estuvieron pitando los oídos todo el fin de semana. Por cierto, creo que conocí a su equivalente culé.
El Barnet: surgió como una parada de metro pero a lo largo de nuestra estancia en Londres se convirtió en algo más, como pueda ser aquí el Independiente de Camp Redó. El eterno olvidado. Una manera de evadirse de este puto fútbol de moda, del marketing y el autobombo que alcanza ya no sólo a los clubes y sus estrellas, sino incluso a sus hinchas. Y es que sí, la atmósfera del fútbol británico es especial: gente de todas las edades pinta en mano y cantando. Casi todo tíos, como Dios manda. Horas antes y horas después, sintiendo que al menos durante un día esa zona de la ciudad es suya. Es su casa. No como en cierto estadio, incluso más hostil para el aficionado local que para el visitante, en el cual el espectador (me niego a llamarlo hincha) está deseando que el partido esté decidido para poder largarse cinco minutos antes del final y no pillar atasco. Pero viendo a los jovencitos imberbes que llevaban la voz cantante en The Boleyn, rodeados de gordos londinenses vestidos de forma parecida, piensas hasta qué punto eso es genuino o están representando una función para los turistas que nos acercamos con bolsas repletas de souvenirs. Y cuando ves la relajación de los supporters y la escasa presencia policial para ser un partido de fútbol inglés, tiendes a pensar en la segunda opción. Pero aunque sea algo artificial, uno no puede dejar de sentirse embriagado por la atmósfera de ese pub en el que no se recomienda (o prohíbe más bien) la entrada a los hinchas rivales. En Mallorcafé debería haber un cartelito pero a la inversa, para evitar confusiones. Eso sí, me quedo con nuestras camareras, que al menos nos... entienden. Estoy seguro de que en el Barnet todo es menos espectacular pero más auténtico. Así que a partir de este viaje, siempre habrá un rinconcito gualdinegro en mi corazón.
Los jardines: me encantan esas casitas inglesas con su jardín. "¿Cuántos cadáveres enterrados habrá bajo ese césped? ¿Cuántos de ésos serán jardines de los horrores?" nos preguntábamos durante los trayectos en tren.
Los gayskins: no son una leyenda urbana. Al parecer, existen. Y es que, seguramente tras el exhibicionismo del señor Smithee en el primer concierto, que más que un saturday heroe es un friday stripper, algún veterano alopécico se insinuó a mi compañero de viaje, declinando éste cordialmente el gentil ofrecimiento. A mí, ni eso. Pero para un futuro habrá que tener cuidado con eso de ir en pareja. Cama de matrimonio en el hotel. Y miradas raras en la sala... al principio creía que era por la vestimenta o que nos tomaban por policías (¡Dios me libre!). Ahora, y viendo el extraño desarrollo de acontecimientos, no sé qué pensar.
The Elephant: obligada visita al punto de encuentro de los pelados en Camden. Mucha vieja gloria skinhead. ¿Quién dijo que no había skins en Londres? Eso sí, de 40 (años) y 90 (kilos) para arriba. Algún rocker y una pin-up que nos sonreía lascivamente mientras su chico la besaba, no creo que por nuestro atractivo, supongo que estaría representando su papel.
Los valencianos: siempre que viajo por Europa, puedo constatar que somos una plaga. Eso de "Españoles por el mundo" no es un programa de TV sino una redundancia. Creo que hay más que chinos. La cuestión es que en el tren de vuelta al aeropuerto compartimos vagón con cuatro petones cincuentones valencianos que venían de ver al Chelsea. Envidia por mi parte no sólo porque habían visto a un equipo de verdad, sino también todo un espectáculo. 7 a 1 al Aston Vila. Verlos tonteando con otras tantas treinteañeras valencianas y dando buena cuenta del whiskey que servían a bordo me hizo ver cómo puede ser nuestro futuro. No está mal, no estamos solos en este tren.
El East End (¿por qué estás así?): edificios bajos, un estadio, unos cuantos pubs y el Duncans. El resto, Peshawar. Si no hubiera habido partido, no habría blancos por la calle. Me llamó la atención el negocio de ropa moruna de esa, de túnicas, o sayos, o lo que sea, y birretes, turbantes, etc., así como las peluquerías a rebosar de negras que iban a hacerse, supongo yo, el peinado para ir al baile o a cantar gospel o lo que tengan por costumbre hacer. Toda una estampa Nueva Orleans años 30. Y el Duncans, con sus irreductibles abuelitas resistiendo ahora y siempre al invasor.
Mr Quely
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