Un lugar imprescindible para visitar si vais a Varsovia y que, sin embargo, no suele aparecer en las guías, es el Museo dedicado al Alzamiento de Varsovia de 1944, acontecimiento bélico mucho menos publicitado que el levantamiento del Gueto, de igual modo que la resistencia polaca ha sido mucho menos mitificada que la francesa pese a ser más combativa. Pero en fin, la historia la escriben los vencedores, y los polacos, como podemos comprobar si visitamos el museo y prestamos atención a lo que nos cuenta, fueron perdedores por partida doble. En él se hace un recorrido diario a los acontecimientos (hay unas hojas que recogen lo más señalado del día a día desde el comienzo de la rebelión y que se pueden ir recopilando, lo malo es que están en polaco), y se nos muestra la vida cotidiana con objetos de aquel tiempo, y el papel que desempeñaron todos los implicados así como el contexto político internacional, de lo que yo destacaría cómo las democracias occidentales regalaron Polonia a Stalin en Teherán para contentarle. Curioso declarar una guerra por un país al que luego dieron la espalda. Hay momentos durante el recorrido en los que realmente te puedes emocionar. También se exhibe una película de propaganda de la época que es todo un documento histórico, así como una opcional en 3D por la que hay que pagar algo más (que realmente no es muy espectacular) en la que se hace un recorrido aéreo virtual sobre la ciudad después de que Hitler ordenara destruírla por completo. El museo es relativamente nuevo, por lo que todo está en un perfecto estado de mantenimiento, aunque también presenta alguna carencia. Las que más me importunaron fueron la ausencia de libros en castellano (y en general una tienda con poco material a la venta) y que la audioguía no abarcara todo el recorrido de la exposición. A pesar de ello, no dejéis de visitarlo si vais por allí, aunque sólo sea para honrar simbólicamente la memoria de los patriotas polacos. Hay una parada de tranvía y los martes está cerrado (justamente yo fui un martes y tuve que volver otro día).
Un enlace por si os interesa profundizar en el tema:
Mi visita coincidió con la celebración del aniversario de la insurrección. Los polacos, y muy especialmente los varsovianos como es lógico, están muy orgullosos de este episodio de su historia.
La ciudad está repleta de placas conmemorativas con el símbolo del Armia Krajova (Ejército Patriótico) en las que prácticamente se repite la misma leyenda: "en este lugar las tropas de Hitler asesinaron a X polacos", cambiando sólo el número de víctimas. Estos lugares se llenan de flores y velas durante la conmemoración, y en el monumento a los caídos situado en la entrada del parque de Ogród Saski hay una guardia que custodia la llama eterna en una especie de "arco del triunfo" francés, aunque mucho más modesto y sobrio, y que en realidad es lo que queda de un antiguo palacio bombardeado. Resulta también impactante ver los agujeros de las balas que aún se conservan en algunas fachadas de edificios.
Este edificio, en su época de los más altos de Europa, resistió los bombardeos y es de los pocos que se mantuvieron en pie hasta hoy |
El museo dedicado a la Gestapo sí suele aparecer en las recomendaciones para los turistas, pero no me atraía para nada visitar un museo policial. A mí me gusta quedarme con lo positivo de las cosas, y más que ver lo malos que eran los nazis quise comprobar lo valientes que fueron los polacos enfrentándose al ejército más poderoso del mundo con un arma por cada cuatro combatientes. Honor a ellos y a todos los caídos por su país.
Crackòvia es un programa de televisión.
Y Cracovia es la segunda ciudad más importante de Polonia (de hecho fue capital hace siglos) y la más turística. A diferencia de Varsovia fue poco castigada durante la guerra y conserva muchos edificios de época medieval. Prácticamente en un día puede verse todo, aunque no en profundidad, por supuesto. Llama la atención la catedral, con su fachada con dos torres desiguales. En una de ellas se sube un bombero y toca una melodía con una trompeta. Yo lo vi a las dos de la tarde, aunque no recuerdo si es la única hora en la que lo hace.
Según una leyenda, hubo dos hermanos encargados de la construcción, uno de cada una de las torres. Uno era vago (el que la hizo más baja) y al ver lo alta que había hecho su hermano la suya, le dio un "ataque de celos" y lo mató con un cuchillo. Dicen que aún está allí el arma, aunque yo no la vi. Quién iba a pensar que Caín y Abel eran polacos.Toda una metáfora de los derbys cracovianos, al parecer la afición de los hooligans locales por los cuchillos viene de lejos, ¿no dicen que es una tradición?. Y si las mujeres polacas son guapas, en Cracovia son espectaculares, hasta las turistas parecen contagiarse de tanta belleza.
En Cracovia comí muy bien y barato a mi modo de ver pese a ser una ciudad más turística que Varsovia. Aunque una pinta que me tomé en un irlandés resultó más o menos lo que se puede pagar por aquí. Comí un plato que tenía un poco de todo: salchicha negra (una especie de morcilla), salchicha, otra salchicha de patata, panceta, col, chuletitas de cerdo con ajo y miel, dos escalopes y pepinillo regado con dos pintas de cerveza local. Y vodka para bajarlo, por supuesto, que resulta algo más suave que el ruso y que se suele endulzar con zumos de frutas o hierbas, como el orujo y esos licores que tanto nos enloquecen. Pues bien, todo eso (no pude con postre, de hecho incluso dejé un poco de comida) por 60 zloty, incluída la propina, algo así como unos 15 euros. Me quedé con las ganas de probar el típico queso de oveja con arándanos que venden en la calle. Pero cuando yo fui sólo vendían en los carritos rosquillas de esas parecidas a las del Oktoberfest.
Lo cierto es que comí muy bien y bastante barato en general, aunque la comida polaca es una mezcla entre la alemana y la húngara. Y no es muy variada. Destacar los típicos pierogi (unas pastas rellenas con carne o verduras con forma de empanadillas pero que vienen a ser como unos canelones), buenísimos, y las sopas, una especie de panqueques de los que no recuerdo el nombre, las salchichas y embutidos de todo tipo, así como los pepinillos que están por todos lados allí. También comí una manteca de cerdo con chicharrones buenísima. Y la mejor tarta de manzana que he probado en mi vida. Y gracias a uno de mis anfitriones, almorcé en la terraza de un exclusivo restaurante de la alta sociedad varsoviana, aunque allí el menú fue algo más convencional y menos típico. La cerveza y el té son las bebidas nacionales y me llamó la atención la ausencia de vinos en un país tan católico donde es imprescindible para la eucaristía. Prácticamente todo el vino que se consume es alemán.
¡Ah! También comí unos deliciosos huevos con jamón al estilo Casa Lucio y unas croquetas de bacalao en el Toro Tapa (¿o era Tapa Toro?), un bar español situado en un centro comercial rollo Porto Pi (pero no a lo bestia) que está cerca de la estación. Desgraciadamente no tenían sobrasada pese a estar incluída en la carta.
Bueno, no me extenderé más con el relato de mis vacaciones en Polonia porque tampoco hay mucho más que contar y hay otras historias haciendo cola para salir en este blog. Sólo quiero acabar agradeciendo una vez más la hospitalidad de mis anfitriones a los que espero volver a ver allá por San Patricio si Szawa vuelve a seducirme con sus cantos de sirena.
Dzięki za wszystko. Będziesz na zawsze w moim sercu
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