Tenía que ser el Miami Beach mallorquín y acabó siendo una zona de turismo barato, juergas suicidas y cemento. Cuarenta años después de la urbanización de la primera línea de Magaluf con espigados hoteles a pie de playa, se abre la puerta a un futuro diferente. La construcción de un macrocomplejo hotelero de hamacas acolchadas -técnicamente camas balinesas-, música chill-out y cafeterías lujosas está llamada a revertir la degradación de esta zona del litoral calvianer y a cambiar radicalmente el tipo de turistas que la visitan: de tatuados hooligans a visitantes de lujo. Pero, ¿qué opinan aquellos que van a vivir el cambio en sus carnes: comerciantes y vecinos?
En primer lugar, cabe aclarar que, tal y como suele suceder en estos casos, la mayor parte de la gente no ha acabado de enterarse de lo que va a suceder. Estas cosas van despacio y tan sólo un día después de la presentación por todo lo alto -y a pesar del gran despliegue de la prensa local- son muchos los que únicamente han oído campanas. A pesar de ello -y a modo de resumen- los comerciantes reciben la noticia con los brazos abiertos, mientras que los vecinos lo hacen de una manera muy diferente: con miedos, dudas y muchas reticencias. En especial aquellos que tienen casas en primera línea.
¿Por qué? Pues porque temen que el proyecto de la cadena Meliá, que ha recibido el apoyo incondicional de la administración pública, acabe con la expropiación de sus propiedades, que atesoran desde los años 30 y que si siguen en pie es porque durante las últimas cuatro décadas se han negado oferta tras oferta a venderlas. «Nos han ofrecido el oro y el moro, pero esto vale demasiado para nosotros; ahora no somos ricos, aunque bien mirado somos ricos en otras cosas más importantes», puntualiza una de estas vecinas, que, al igual que los demás, prefiere mantenerse en el anonimato.
Pese a que el proyecto no habla de expropiaciones en ningún momento, hay algo que ha hecho saltar las alarmas entre estas familias: el hecho de que el grupo Meliá haya incluido sus parcelas en las áreas de actuación del macroproyecto, que unifica siete hoteles, se hace con la concesión de buena parte de la playa y prevé la construcción de un bulevar en segunda línea. Aparece en la portada de hoy de este periódico: el vicepresidente de Melià, Gabriel Escarrer, señala un mapa en el que se enmarcan con líneas rojas los lugares afectados por el proyecto. Y las viviendas están dentro de los perímetros. «Tal vez se hayan equivocado», aventura otra vecina. Y el hecho de que el proyecto vaya a ser declarado «de interés autonómico» no hace más que disparar sus dudas.
Lo que sí ha podido saber este periódico es que Meliá ha negociado con algunos propietarios la compra de chalets situados en primera línea. No es el caso de los vecinos consultados ayer, que no han recibido ningún tipo de notificación. Otra de las cuestiones que preocupa a los residentes en la zona -al margen de la inclusión de las viviendas en las áreas de actuación- es la instalación de amarres flotantes en la playa. Los atraques, tal y como publicó ayer este periódico, se retirarán al final de cada temporada y su objetivo es hacer extensivos los servicios del complejo hotelero –lo que en los últimos años ha venido a llamarse resort– a los barcos que fondeen en la zona.
El macroproyecto de la cadena Meliá es complejo y ambicioso. Y nada mejor para comprenderlo que encaramarse al tejado de uno de los hoteles afectados: el Antillas, de nada más y nada menos que doce pisos de altura. Desde allí pueden verse los siete edificios que formarán parte, inicialmente, del proyecto -más adelante es posible que se unan otros–. Todos son ya -o lo serán en pocas semanas- propiedad de Meliá.
La playa de Magaluf se muestra a los ojos del observador como un ancho arenal en el que las tumbonas y las sombrillas se agrupan en ocho zonas muy delimitadas -de las que cinco pasarán a formar parte del resort, si se cumplen los planes de la cadena hotelera-. Los altos edificios están en primera línea, llegando a incrustarse en la roca de Punta Ballena, la zona más conflictiva y de la que los vecinos no quieren ni oír hablar. El resort de Meliá no llega tan lejos. Ocupa, más o menos, media playa -correspondiente a las cinco concesiones que quieren adquirir-, aunque la idea es que sirva de incentivo para el resto de hoteles para adaptarse a los nuevos tiempos. Porque lo que está claro es que la oferta -en ésta y otras muchas zonas maduras turísticas de Mallorca- se ha quedado muy obsoleta.
Detrás de las hamacas está el estrecho paseo, que también será rehabilitado. Pasados los chalés de la discordia, aparecen multitud de bares al aire libre que Meliá pretende comprar o alquilar para unificar la oferta. Y más cerca del punto de observación -en lo que hoy son los hoteles Antillas, Barbados y Mallorca beach-, toda una zona de piscinas y tumbonas que se unificará -hoy todavía hay servidumbres de paso y otras barreras- para dar lugar a un beach club con música chill-out y dj diúrno. «Se creará un ambiente armonioso, más moderno y con más clase», señala uno de los responsables del nuevo proyecto.
Algo parecido ocurrirá con el Hotel Royal Beach, al otro extremo del área de actuación. Este establecimiento situado en primera línea se convertirá en el punto de referencia del proyecto y se abrirá a la playa, convirtiéndose su planta baja en un centro de ocio en el que se instalarán piscinas con olas artificiales. La infinity pool, en la primera planta, rodeada de camas balinesas, generará movimientos acuáticos especiales para surferos.
Desde la azotea del hotel Antillas no puede verse otra de las piezas claves de la macroiniciativa: el bulevar peatonal que discurrirá en segunda línea de playa. Los comerciantes acogen con optimismo esta iniciativa, ya que –así lo entienden– contribuirá a mejorar la zona.
La oferta complementaria de hoy en día en Magaluf otras tantas zonas turísticas maduras de Mallorca- es prácticamente la misma que podía encontrarse hace veinte años: comida rápida, cerveza barata, partidos de fútbol de la liga inglesa, collares de perlas, colchonetas y souvenirs a buen precio. Si, efectivamente, la clientela va cambiando con la puesta en marcha del resort, lo más probable es que este tipo de establecimientos también vaya transformándose, acercándose mucho más al estilo de Puerto Portals. En ocho años -este es el tiempo previsto para ejecutar el proyecto- se verá.
No hay comentarios:
Publicar un comentario