Cuando en Cataluña se hace algo, lo que sea, los políticos mallorquines se ponen manos a la obra para secundarlo, no vaya a ser que en la metrópoli piensen que no estamos comprometidos con su causa. Pasó con los carriles bici, con la memoria histriónica (aunque eso venía dictado de Madrid, para que luego digan que si Madrid esto que si Madrid aquello), espero que no pase con el tranvía y pasará con los toros. Para lo único que tienen iniciativa propia los políticos mallorquines es para robar.
De momento, el Ayuntamiento de Palma ya ha prohibido los circos con animales. Es una simple maniobra para que los circenses caigan en la trampa (como así han hecho) de intentar defender su profesión con el argumento: "¿por qué prohibís los circos y no las corridas de toros?". Y entonces, el Ayuntamiento, para contentarles, prohibirá también las corridas. Pero sus remolques tendrán que pasar igualmente de largo de nuestra ciudad. Por cierto, que es el mismo ayuntamiento que no se digna a ponerle una mísera sombra a los caballos de las galeras, razón por la cual un equino murió el mes pasado por un golpe de calor.
Pero de todos modos, para cuando el ilustrísimo se decida a llevar adelante la esperada prohibición con nocturnidad y alevosía como suele, ya se lo habrán cargado los empresarios taurinos con los 45 euracos a los que cobran la entrada más barata. Parecen no darse cuenta de que esos precios no son pan para hoy y sí son, evidentemente, hambre para mañana. Porque así no se hace afición. Que yo sepa, aquí no viene la Duquesa de Alba para pagar 110 € por un palco. Y al Ser Superior no recuerdo haberlo visto por el Coliseo. La que vino el viernes fue la infanta Elena, y no creo que pague. Y las nietas de las suecas de los 60 no entran en la plaza, se limitan a desnudarse fuera y echarse pintura encima. Resultado: de los tres festejos de años anteriores ya hemos pasado a dos en éste. Y el cartel no es que sea para lanzar cohetes.
Lo que pasa es que uno, atraído por el placer de lo prohibido y por el hecho de que sea el único recinto alejado de la playa en el que puedes llevarte la nevera y la petaquita y cenar tranquilamente tu tortilla de patatas mientras bebes alcohol sin temor a ser multado con 4000 €, cae en la trampa. Y claro, como entiende de toros casi tan poco como de fútbol, ver cómo El Fandi pone las banderillas no deja de ser un espectáculo. Pero uno también acaba por cansarse de que le tomen el pelo. Incluso más de que se lo prohíban todo. El año que viene me iré a Muro.
Como nota positiva, destacar que a los de las banderitas de la Damm ya no los quieren ni los defensores de los animales. Ya el año pasado, los antitaurinos de verdad decidieron separarse de los separatistas (¡qué ironía!). Y en éste incluso llevaban una bandera española, razón por lo cual los cuatro barrados (eran cuatro, literalmente) se fueron como vinieron. Pobrecillos, no los quieren ni en el fútbol, ni en los toros, ni en el Bierkönig... Ninguneados por todos lados. Bienvenidos al club.
¡Ah, y otra cosa! Espero que en otra ocasión se dignen a traer a MATADORES de toros. O que les den una pistola, al menos, que las lapidaciones no están bien vistas... ¡Grande mi Fandi!, de todos modos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario