Multa de 4.000 euros y prohibición de acceso a cualquier recinto deportivo por un período de 12 meses a cada uno de los 20 aficionados identificados quienes, antes del encuentro R.C.D. Mallorca, SAD - Sevilla F.C., SAD, y actuando en grupo, agredieron violentamente a varios aficionados del equipo visitante en las inmediaciones del estadio.
Quien conozca algo a Supporters Mallorca sabe perfectamente que eso es falso. Lo de las agresiones, no lo de la multa que les va a caer a esos veinte desgraciados. Si servidor hace ya años que no quiere saber nada de dicho colectivo es precisamente por su carácter excesivamente festivo y alcoholizado (que al final está siendo su perdición, como podemos ver) y su nulo compromiso con la violencia. Que se multe con esas desorbitadas cantidades a veinte miembros por unas agresiones que nadie ha denunciado sencillamente porque no existen, es una bajeza moral. O lo que en otros ámbitos sería un abuso de autoridad. O prevaricación. Pero el fútbol es un coto de caza privado para las autoridades. Con la Ley del Deporte no hacen falta pruebas para condenar a alguien, no hay presunción de inocencia, ni juicios, ni derechos para los retenidos (¿o sería mejor calificarlos como “detenidos ilegalmente”?). Pero nadie se quejará contra esa ley creada por el mismo Corcuera que se sacó de la manga aquello de la patada en la puerta. Sólo que de eso sí se quejaron porque afectaba a indefensos traficantes de droga. En cambio, nadie, absolutamente NADIE, ni a derecha ni a izquierda, ha cuestionado tan siquiera una ley tan absurda como injusta. No nos debería extrañar, porque al fin y al cabo sólo se pisotean los derechos de los ultras futbolísticos, que todos sabemos que son unos fascistas sedientos de sangre que aterrorizan a los pobres niños y a las viejecitas que sólo quieren ver un partido de fútbol. Lo curioso es que si echamos un vistazo al resto de sanciones, muchas de ellas han sido aplicadas a tribuneros que tuvieron la mala fortuna de insultar a alguien cuando había un policía cerca. ¿Insultar en un campo de fútbol? ¡Qué vergüenza! ¿Dónde se ha visto eso? ¡Tal actitud debe ser erradicada de cuajo! Así que esos aficionados que se felicitaban por esta ley que en teoría sólo se aplica en los fondos de los estadios serán los próximos en caer. Porque dentro de poco no habrá ultras, pero los presupuestos son los presupuestos y las multas seguirán, que hay que pagar muchas subvenciones y a muchos banqueros. Desde aquí, una recomendación al jovencito con ganas de liarla: si quieres pasar un buen rato haciendo el gamberro, haz un botellón con unos colegas (procurad ser bastantes) y cuando venga la policía, lanzadles botellas, piedras o lo que tengáis a mano, tanto da. Mejor si eres menor y vives en una zona de alto standing, pero no es imprescindible. Te saldrá la broma por un par de semanas sin salir de marcha y a ti o a tu padre le costará unos 200 € de multa. Eso si te pillan y si no te arrepientes. Pero ¡por Dios, no se te ocurra ir a un estadio a insultar al rival o a tomarte unas cervezas! La broma te puede salir por un mínimo de 3000 €.
Si algo me gusta de la democracia es que tenemos lo que nos merecemos. Por lo general, un gobierno votado por la mayoría no suele ser lo ideal, pero cuando lo aplicamos al caso español, el resultado es un gobierno sencillamente nefasto. Pero eso es lo de menos. Lo importante es lo que apuntaba. Tenemos lo que nos merecemos. La chusma (busquen un diccionario) condenará a esos veinte (“algo habrán hecho”, será la inevitable coletilla) y aplaudirá a la policía, a la ley y a una comisión anti violencia que se encarga de multar a borrachines en los campos de fútbol, pero con la cual han ido aumentando los incidentes graves en los últimos años. Es la misma chusma que ve bien que se le escanee hasta los huesos en los aeropuertos, o que se le grabe una y otra vez por la calle, o que Rubalcaba les dé sus datos bancarios a los yankees buenos de Obama (de eso no he leído ni escuchado en la prensa prácticamente nada), o que se le escuche sus conversaciones telefónicas. “Es que no tengo nada que temer, yo no hago nada malo”. Nunca entenderán que precisamente por eso, por no hacer nada malo, nadie tiene derecho a escucharles, ni a grabarles, ni a escanearles, ni a vacunarles contra enfermedades inexistentes. La misma chusma que hace dos siglos tiraba entusiasmada del carro de Fernando VII al grito de “¡vivan las caenas!¡muera la libertad!”... y que hoy consideramos héroes.
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