Cuando un guiri me preguntaba "where is The Cathedral?", yo le respondía: "in Bilbao, of course!". Decía Caparrós antes de la eliminatoria de Copa que nos enfrentó a los bilbaínos que San Mamés es "un pedazo de estadio" y que "ir a la catedral en un partido de copa es un lujazo”. Desde ese momento tuve claro que nos íbamos a quedar en la cuneta. El destino estaba escrito. No íbamos a importunar al club vasco en su competición, faltaría más...
Pero es verdad. San Mámés tiene cierto encanto. Su provincianismo hace que se siga respirando el casticismo propio de la capital vizcaína, algo que se ha perdido en otros estadios como el Bernabéu a causa de las hordas de nipones y niñitas histéricas. Y a esa atmósfera se le une la costumbre extendida por el norte de llevar la camiseta del equipo, la cultura del pincho y de la bota de vino (que sospechosamente sigue exhibiéndose en sus gradas) que tanto agrada al turista futbolero-gastronómico y, en general, a todos esos viejales curtidos en el sol y sombra (o en la caña Valls) y el "alabím bom bam".
"Un ambientaso", suelen decir esos puretas. Sí, ambiente según se entendía en tiempo de nuestros abuelos. Ambiente de la España "reserva espiritual de Occidente". Y también ambiente británico, para qué vamos a negarlo. San Mamés es uno de los estadios más ingleses que hay en cuanto a arquitectura (el número uno en este aspecto es el de Cornellà-El Prat, me enamoré de ese estadio cuando lo visité) y en cuanto a atmósfera: familias de clase media con camisetas rojiblancas sentadas en sus localidades, un grupo hooligan bastante competente, y un par de cánticos que se cantan un par de veces en cada partido (las gradas británicas por lo general son actualmente lo más parecido a un cementerio), aunque con algo menos de imaginación en el caso vasco (no han superado la fase del "¡Athleeeeeeeeeetic!", pero no hay que alarmarse, hay cosas peores, todavía me pregunto por qué en Mallorca decimos "Mallorcá"). Hasta es británico en esa curiosa bandera tricolor que tan sospechosamente se parece a la Union Jack.
Ocurre lo mismo con nuestro Luis Sitjar. A base de sufrir un estadio de atletismo frío, amorfo, lejano y hostil como es Son Moix, hemos mitificado aquel vetusto estadio. El Luis Sitjar era un campo obsoleto, ya desfasado en los 80, incómodo (los servicios eran, literalmente, una pared), inseguro (te podía caer en la cabeza uno de los paneles del marcador manual si no te andabas con ojo) y hasta con un acceso "gratuíto" por el fondo norte. Y ya no hablo del terreno de juego, los vestuarios o las cabinas de radio, eso es cosa de los profesionales que los sufrieran.
Pero era un campo de fútbol concebido para ver fútbol y situado en una popular barriada palmesana. Y eso, unido a que cualquier cosa comparada con el Son Moix sea preferible, hacen que en la memoria colectiva del mallorquinismo se le haya mitificado.
Con San Mamés ocurre otro tanto de lo mismo. Es el sueño de todo pipa de cierta edad amigo del azulejo con la leyenda "aquí vive uno del Bilbao". Un ejercicio de nostalgia. Y lo más parecido a un estadio inglés que podemos encontrar en la Península.
Pero no nos engañemos, ése es el ambiente que le puede gustar a un Caparrós, a un Alfonso Celemín, a un futbolero de la escuela de Pepe el Hincha... Pero llamar "ambiente" a eso...
Ambiente es esto:
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