El siguiente artículo, cuya traducción
al castellano me he currado para que todo el mundo pueda leerlo aquí
en el blog de mi compi Mr Quely, apareció por primera vez en
la célebre revista The Face en el año 1988 y fue
escrito por el periodista musical John McCready. El autor
expone en él una realidad completamente desconocida por la sociedad
inglesa de aquel entonces y que aún hoy no ha sido lo
suficientemente documentada (salvo en un par de libros): la
existencia en Liverpool de toda una generación de casuals que,
habiendo reaccionado contra la estética deportiva de Filas y
Tacchinis imperante a comienzos de los años 80, cuando la cultura
casual empezó a convertirse en un fenómeno global (circa
1983 para ser más exactos), terminó desarrollando toda una nueva
cultura, comúnmente llamada retro-scally, basada en fumar porros y
escuchar LP’s de bandas anacrónicas adscritas al infame género
del rock progresivo.
Un hippie es acorralado en un callejón
oscuro por un pequeño grupo de casuals de 16 años. En cualquier
otra ciudad de Gran Bretaña lo que vendría a continuación es una
penosa comprobación de su talante pacifista. Pero en Liverpool, lo
más probable es que le acosaran a preguntas sobre del Festival de la
Isla de de Wight. Genesis son populares en Liverpool. Y también lo
es Zappa. Pero los más grandes de todos son sin lugar a dudas Pink
Floyd.
“Our little Jimmy he’s
only three. But he’s into Zappa, just like me”
Politics Is Boring (poema
extraído de The End magazine, Vol 14)
“There’s one smoking
a joint and another with spots. If I had my way I’d have all
of you shot.”
‘In The Flesh’ del álbum
de Pink Floyd ‘The Wall’
(EMI, 1979)
Pink Floyd están de gira mundial
promocionando el LP ‘A Momentary Lapse Of Reason’. Maine
Road, el estadio del City, es el lugar elegido para congregar a los
fieles en Manchester. Todo marcha según lo previsto. Los láseres
hacen lo que se supone que han de hacer los láseres, y los
interminables solos se prolongan a lo largo de un set maratoniano.
Una multitud compuesta por estudiantes y trabajadores sociales
aplaude la soporífera destreza de la banda. Todo marcha según lo
previsto. ¿Todo? No, porque los estudiantes y los trabajadores
sociales no pueden relajarse. Un importante contingente de jóvenes
llegados de Liverpool se arrastra entre la multitud. Los estudiantes
permanecen con las manos en los bolsillos. ¿Acaso estos fans del
rock progresivo van a ser asaltados por un puñado de casuals
provenientes del margen equivocado de la M62?
La tensión se rompe cuando se escucha
el marcado acento scouse dirigiéndose a un hippy de avanzada edad:
“Oye colega, ¿tienes papel?”
Horas antes, docenas de autocares y
coches particulares abarrotados de estos chavales de Liverpool que el
mundo entero presupone han de escuchar hip-hop porque viven en
barrios de protección oficial, habían llegado al centro de
Manchester. En los coches, ‘Dark Side of the Moon’
proporcionaba la adecuada experiencia pre-concierto. Aquellos
afortunados que consiguieron asiento en un autocar pudieron incluso
elegir entre el deleite visual de The Wall o el video de Live At
Pompeii.
En los alrededores del estadio los
reventas admiten que estos jóvenes, que calzan un variopinto elenco
de zapatillas deportivas carísimas, no encajan con el prototipo de
seguidor de Pink Floyd. Algunos ni se han molestado en comprar
tickets. Los reventas adoptan los mismos métodos que en las finales
de copa, y en ningún momento dejan de sujetar los valiosos trozos de
papel de las entradas.
“¿Qué cojones estáis haciendo vosotros
aquí?” pregunta uno de ellos.
“Estamos aquí por la música,
chaval” responde otro que no tiene precisamente pinta de hippy.
Tales eventos dejan a su paso un
reguero de contradicciones que confunden aún más si cabe a los
viejos sociólogos con todas sus claras e inequívocas teorías
acerca de los hábitos y costumbres de la generación post-casual.
La versión oficial sugiere que los
scallys van al fútbol y escuchan a Elvis Costello, a la vez que se
dedican a destrozar coches de alquiler cuando vuelven de sus
desplazamientos a Chelsea. En realidad, mientras que el gobierno y
los medios de comunicación se preguntan qué hacer con este hatajo
de vándalos y borrachos y estudia la manera de introducir una
tarjeta de identificación sin provocar un escándalo nacional, un
sector cada vez mayor de futboleros de Liverpool discute sobre las
existencias del papel de fumar extra-grande Rizla mientras se
estremece con los sonidos del álbum ‘L’ de Steve Hillage.
Si bien en otros lugares la juventud ha
sido absorbida por el acid house, la chavalería de esta ciudad ha
construido una sólida cultura retro basada en el cannabis y en la
música de Pink Floyd, Frank Zappa, Jimi Hendrix, Genesis y una
idiosincrática colección de dinosaurios del rock progresivo de la
década de los setenta. Los muros de la ciudad están llenos de
pintadas que ofrecen pistas de lo que ocurre, pero aún así muy
pocos dentro y fuera de Liverpool están realmente al tanto de este
multitudinario culto underground cuyos orígenes se remontan hasta
principios de los ochenta.
‘PURPLE HAZE’
‘NO BEBAS Y CONDUZCAS – FUMA HIERBA
Y VUELA’
‘SYD BARRET VIVE’
‘FLOYD’
‘ZAPPA’
‘ROGER WATERS’
Es completamente imposible adentrarse
en los suburbios y barrios de protección oficial de Liverpool sin
toparse con alguna de estas pintadas en una pared, en una parada de
autobús o en el cierre de una tienda.
En realidad este hecho no merecería
comentario alguno si no fuera porque es inusual que profesores,
estudiantes y hippies jubilados sean sorprendidos dañando la
propiedad privada en nombre del rock progresivo. Los slogans son cosa
de chavales de 14 ó 15 años, los hermanos pequeños de aquellos en
Maine Road que no levantaban tres palmos del suelo cuando Jimi
Hendrix empezó a introducir en el mundo de la música el deleite de
la distorsión y los solos de guitarra tocados con los dientes.
Son sólo pistas que dejan entrever la
fuerza del movimiento retro-casual. Los records de asistencia que
vienen presentando conciertos de perfil bajo como los del cantautor
Roy Harper únicamente sirven para confundir aún más si cabe a las
discográficas que ya de por sí no suelen tener ni la menor idea de
nada. Como siempre, serán las últimas en enterarse.
Entretanto, las tiendas de vinilos de
segunda mano y las ferias del disco que visitan la ciudad se llenan
de preadolescentes amantes del jazz-rock a los que se distingue
fácilmente por su apelación tribal “¿Tienes algo de Zappa,
colega?”. Los gerentes de videoclubs declaran que clásicos de la
cultura de drogas como ‘Up In Smoke’ de Cheech & Chong
son absurdamente demandados por niños que en otras ciudades estarían
esperando su turno para alquilar Robocop o ET. Un entusiasmado crío
de 17 años incluso ha conseguido cambiar oficialmente su nombre,
David, por este otro mucho menos vulgar, Floyd. Las grandes cadenas
de venta de discos constatan que el álbum en solitario de Roger
Waters ‘K.A.O.S.’ y el recopilatorio ‘Opel’ de
Syd Barret compiten directamente con los trabajos de Morrisey, Marr,
Stock, Aitken y Waterman.
Lo que está ocurriendo es al mismo
tiempo excepcional y grotesco. ¿Dónde acabará todo? Algunos creen
que bastarán cinco noches seguidas de Frank Zappa en el Empire para
entrar en razón y que la ciudad se recupere de esta retro-histeria
que la asola.
¿Te gusta Genesis/Floyd/Zappa sólo
porque está de moda?
Sí ………………………………………………………….…..
200 puntos
Sí, pero sólo cuando voy puesto
…………................................ 250 puntos
No, aún escucho a The Jam y The Beat
….............…… menos 100 puntos
‘Are You A Real
Wool?’ cuestionario de The End magazine, 1982.
Paul Weller tiene mucha culpa. Sea cual
fuere el papel que tuvieron grupos como The Jam, The Clash o The Beat
y demás extensiones pop del fenómeno punk en el resto del país,
dichas bandas tenían perfecto sentido para la juventud de Liverpool.
En tanto lucharon y se desvanecieron, lo que dejaron tras de sí era
enormemente gris. Grupos como Joy Division, Magazine y el catálogo
completo del sello Zoo (con sede en Liverpool) eran ridiculizados
como “basura para estudiantes”.
Muchos de los actuales devotos de Zappa
y Pink Floyd admiten haber sido fanáticos de The Jam antes de
descubrir esta nueva música de finales de los 60 y primeros 70 que
anteriormente despreciaban. Antes de que The Jam desaparecieran en el
éter, su célebre concierto en el Deeside Leisure Centre en el norte
de Gales fue la última gran aglomeración de pre-retro scallies,
quienes parecían conectar inequívocamente con la imagen y con la
música del grupo, elegante y afilada a partes iguales. Aquello era
un matrimonio que tenía perfecto sentido para todos. Los críticos
coincidían: ésta era la música de la clase obrera, la música de
la calle. Pero entonces vino The Style Council. Y por unanimidad,
eran “una mierda”.
La consiguiente popularidad de Bob
Marley fue un anticipo de lo que se avecinaba, si bien es difícil
concretar qué vino primero, si la música o la hierba. Sea como
fuere, la una recibió a la otra con una calurosa bienvenida. Las
colecciones de discos de los hermanos mayores (toda esta locura
parece ser cosa exclusivamente de hombres) fueron redescubiertas y,
ya que siempre se dijo que en cada calle del país había al menos
una copia del ‘Dark Side of the Moon’ de Pink Floyd, la
fascinación por su rock reflexivo volvió a la palestra.
Kevin, un militante hippy de pelo
corto, resume en pocas palabras el sentimiento general: “Ojalá
hubiera nacido antes. Me encantaría haber visto a Zappa en los
setenta, sentado en un prado puesto hasta las trancas”.
Peter Hooton, vocalista de The Farm y
co-editor del fanzine The End, una publicación con sede en Liverpool
que ha documentado y ridiculizado este fenómeno local desde su
nacimiento, recuerda ciertos pubs del área de Netherton donde los
chavales fumaban hierba siguiendo el método de los ‘cuchillos
calientes’, calentando dos cuchillos con una pequeña botella de
gas de la marca Calor Gas e inhalando a través de una pipa de agua o
una cafetera. En un pub local llamado Gatsby’s algunos scallies
crearon incluso la llamada ‘esquina de Genesis’ (más tarde
renombrada como la ‘esquina de Zappa’, debido al meteórico
ascenso experimentado por el guitarrista barbudo). Se trataba de una
zona reservada donde podías encontrar a gente sumergida en una
nebulosa de humo de porro.
“Lo disfrutas más cuando vas
colocado”, declara un joven de 15 años cuya idea de pasarlo bien
consiste en yacer a oscuras en la cama con la cabeza colocada entre
los altavoces mientras suena ‘Comfortably Numb’
de Pink Floyd. “Las letras parecen más graciosas”.
The Farm podrían haber sido el grupo
más exitoso de Gran Bretaña si Bob Marley y Roger Waters no se
hubieran interpuesto en su camino. Vestían de arriba abajo con el
estilo ‘casual’ que la juventud de Liverpool había instaurado y
su música se componía de breves y aguzadas canciones de pop,
mordaces y comprometidas políticamente. Durante un tiempo dominaron
la escena local, pero poco después fueron eclipsados por una oscura
nube de humo y engullidos por la sombra de ‘The Wall’.
|
The Farm |
Peter Hooton recuerda aquella vez en
las gradas de Anfield en que se fijó en la camiseta de un amigo suyo
y en el extraño rostro que había en ella. “¿Quién es ése?”
le preguntó. “Zappa” fue la respuesta.
The End ha procurado documentar el modo
de vida juvenil existente en la ciudad. Mientras el cannabis
conquistaba los barrios de protección oficial de Liverpool, se
convirtió a regañadientes en la voz de una singular revolución
neo-hippy. Sus páginas de poesías estaban repletas de versos acerca
de la marihuana, ‘The Wall’ y el ubicuo Zappa. Cuanto más
se cachondeaban Hooton y el resto del equipo, más parecía
afianzarse esta cultura retro. Al mismo tiempo, el menú musical se
volvía más y más extraño; un catálogo de artistas emparentados
únicamente por su pertenencia a una época comprendida entre finales
de los 60 y principios de los 70, y por el hecho de que sus periodos
de máxima actividad de ventas hubieran pasado hace ya tiempo. Bob
Dylan y Simon & Garfunkel fueron muy populares en un principio.
Asimismo, los miembros de un grupo local llamado Groundpig se toparon
de bruces con este pintoresco fenómeno y, siendo como eran de la
vieja escuela, empezaron a tocar versiones de clásicos como
‘Solsbury Hill’ de Peter Gabriel, ‘The Sound of
Silence’ de Simon & Garfunkel o ‘Breakfast In
America’ de Supertramp.
A lo largo de 1982 The Farm solían
actuar en alguna parte de la ciudad congregando quizá a 200
personas. Pero en otra parte, Groundpig llenaban salas con capacidad
para 600 personas (y aún así se quedaba gente fuera esperando en la
cola). Un puñado de chavales del distrito de Everton fundaron su
propio grupo, Drama, inspirados por el ambiente musical que se
respiraba alrededor. En su repertorio incluían versiones de Genesis
y Gabriel. Como parte de una campaña anti-drogas financiada por el
ayuntamiento, Peter Hooton colaboró en la organización de un tour
Groundpig/Drama por los colegios de la ciudad. “Lo cierto es que no
contábamos con suficiente seguridad” dice Peter. “Los chavales
hacían locuras para poder entrar. Algunos lads más mayores
empezaron a llegar en furgonetas. Habíamos creado un monstruo y
teníamos que parar”.
David Miles tiene 17 años. Solía
montar su bicicleta BMX y de vez en cuando acudía a ver al
Liverpool. Hasta que escuchó a Pink Floyd. Ahora se llama Floyd
Miles, pues consiguió cambiarse el nombre legalmente. Aunque sus
amigos han aceptado este nuevo nombre, su madre se niega a llamarlo
Floyd y rechaza por completo la idea que se le ha metido a su hijo en
la cabeza. Los del Merseyside Passenger Transport Executive han sido
más comprensivos, aceptando el cambio de nombre para el abono
transporte. Floyd está tan orgulloso de ello como de los cientos de
casetes y cd’s que posee. Todos ellos de los viejos reyes sureños
de la psicodelia, como no podía ser de otra forma.
Floyd recuerda cómo se enganchó a la
banda hace aproximadamente siete meses y cómo desde entonces se ha
gastado unas 400 libras de sus ganancias del Programa de Formación
Juvenil en discos. Por supuesto que estuvo presente en el concierto
de Maine Road, y ahora rebosa felicidad con un nuevo LP en directo
que recoge algunos de los últimos shows llevados a cabo por el
grupo. Además habla con verdadera pasión sobre el significado que
tienen para él esos discos (“’The Wall’ significa mucho
para mí”), de su intención de seguir a la banda por Europa y de
sus planes de visitar al genio Syd Berret en su casa de Cambridge,
donde actualmente vive recluido. “Ahora está viviendo con su
enfermera” expresa en tono melancólico. “Dicen que se tomó un
frasco entero de ácido en los 60 y que ahora estará puesto de
tripis el resto de su vida”. Tampoco espera demasiado de este
encuentro con su ídolo: “Sólo quiero preguntarle cómo está,
pedirle un autógrafo… esas cosas”. Floyd saca de pronto otro
disco poco común: un bootleg valorado en 30 libras. “Lo conseguí
en una feria del disco” asiente con orgullo. Todos los días, Floyd
rebusca entre los estantes de Backtracks, una inmensa tienda de
segunda mano que no sólo vende discos antiguos, sino también todo
tipo de parches y camisetas para la nueva generación de hippies de
pelo corto. Igualmente, cuenta que muy pronto actuará en la emisora
de radio local North Coast Radio, una emisora sin licencia que
retransmite desde su propio barrio, Bidston Estate. Obviamente sólo
tocará temas de Pink Floyd. Otros proyectos que tiene en mente para
el futuro incluyen reproducir la portada de ‘The Wall’ en
el muro que hay enfrente de su casa (“Aún no le he preguntado a mi
madre…”) y tocar la canción que él mismo ha compuesto,
‘Dedicated To Syd’, con un grupo mod local. Como era de
esperar no le interesa ninguna otra música más allá de Floyd.
“Gabriel no está mal” admite, “pero la verdad es que no quiero
escuchar ninguna otra cosa. Si lo hiciera, puede que me dejaran de
gustar Pink Floyd. Una vez fui a comprarme un disco de Genesis pero
al final volví a casa con uno de Floyd…”
La llamada Noche de las Guitarras, un
tour organizado por el sello IRS de Miles Copeland, ha llegado a
Liverpool. Como la inmensa mayoría, estos tipos tampoco están al
tanto de la locura que invade la ciudad. Los carteles promocionan el
concepto ‘No Speak’ como ‘Rock Instrumental Para Los Noventa’,
aunque la mayor parte de los artistas participantes son vestigios de
los sesenta y setenta. Steve Howe de Yes, Robbie Krieger de The Doors
y dos carrozas de Wishbone Ash reaparecen como viejas glorias en el
escenario del Royal Court Theatre. En una esquina, de espaldas a la
pared, un grupillo de seis scallies –a los que se distingue
fácilmente por sus zapatillas deportivas- están liando porros. Los
viejos carrozas ejecutan sus solos de guitarra mientras los scallies
asienten con la cabeza en señal de aprobación. Un roadie –al que
se distingue por su chupa de cuero, sus mugrientos pantalones y por
su identificación- pasa ante ellos y durante unos pocos segundos se
queda mirando la escena boquiabierto. Acaba de ser testigo del
espíritu de una cultura única en su especie y de una ciudad
extraordinaria.
Una ciudad donde los sueños prematuros
de Genesis de una vieja Inglaterra se filtran a través de las
ventanas de los dormitorios de chavales que viven en Kirkby y
Croxteth; una ciudad donde Waters “suena guay” y Led Zeppelin
“son la hostia”; una ciudad donde los “verdaderos hippies”
son tratados con fascinación y respeto; una ciudad donde la música
del futuro está en ‘modo espera’ permanente.
Esto es Liverpool en 1988, un planeta
que gira alrededor de sí mismo; un asentamiento neo-hippy localizado
en el lado oscuro de la luna.
John McCready,
The Face, 1988
(Traducción de
Álex Wannabes Fanzine)