El sábado fuimos a Barry. "¿Qué coño es Barry?". Ay, galletitas, galletitas,... Barry es una pequeña y encantadora población costera a unos kilómetros de Cardiff, con una playa con casitas de colores y atracciones infantiles, una peluquería por cada tres habitantes y una de las cunas de la Soul Crew. Pero a lo que íbamos era a una tienda de ropa, The Loft (que en un principio confundimos con otra), y que la verdad, nos defraudó un poco, básicamente sólo había cosas de Fila. De hecho, me quedo con Flanell's, en la que había un surtido mucho más variado y que habíamos visitado el día anterior, y en la que no pude comprar nada por lo elevado de sus precios y lo exiguo de mi cuenta bancaria. Eso sí, y siguiendo con The Loft, tenían todos los libros publicados sobre los hooligans del City.
Así pues, tras dejar una simbólica ayuda a un niño soldado (era el Poppy Appeal en el que se recaudan donaciones para los veteranos de guerra heridos, una especie de Domund pero con flores rojas y uniformes militares en lugar de pegatinitas plateadas y huchitas con cabeza de negrito) cogimos el tren de vuelta a la hora justa en que la gente iba al rugby, llamando nuestra atención unas risueñas jovencitas enfundadas en su camiseta roja, así como un matrimonio con cara de perro.
Al llegar, todo el mundo iba al partido (empezaba a las 14.30) y el ambiente era de verdad impresionante, una marea de gente que horas más tarde se repartiría en un ambiente sanferminero por los distintos bares y discotecas. Total, que nos tocaba disfrutar de la fiesta del rugby. Y es que la verdad, la juerga que se montaron fue descomunal. Y eran apenas las cinco de la tarde... Mucha gente con un "colocón de campeonato". Pero "cebollón del quince". Les daba "lo mismo 8 que ochenta". Uno iba haciendo eses y tuvo la suerte de encontrar una farola que le sirvió de respaldo, y allí se quedó... Otra (bien buena, por cierto) fue sacada en brazos por un segurata y tras discutir con los porteros se fue hacia un tío que parecía ser su acompañante, pero que sospecho que no la conocía de nada, cayéndose varias veces mientras discutía con él. Otro era un acoplado típico que se unió a un grupo que estaba a nuestro lado... En fin, estampas típicas puntaballeneras.
Estampas puntaballeneras hasta en el vestuario. Aparte de los inevitables disfraces de pingüino, vaca y demás, mucho tío con manga corta, lo que me chocó por el frío que hacía. Las faldas cortas y los generosos escotes de las chicas ya me los esperaba, junto a sus minúsculos bolsitos, no como las españolas, que cuando salen de su casa llevan unos macutos que parece que se van de expedición al Aconcagua.
Visitamos unos cuantos pubs con gente de todas las edades, matrimonios, grupitos de chavales y jovencitas, moteros,... todo en un ambiente muy festivo, cenando en un hindú que no me sentó nada mal, pero que provocó unas emisiones gaseosas que creo que hicieron que saltara la alarma del hotel. En una de las discotecas parecía que hubiéramos entrado en el Poco Loco de hace unos años, pues el DJ pinchaba toda aquella música que nos sonaba tan familiar, de los Jackson 5 a Status Quo. ¡Qué tiempos aquéllos! ¡Cuántos recuerdos borrosos!
continuará
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