Hace poco leí que el Bloque Nacionalista Galego pretendía poner un límite a los sueldos de los futbolistas. Supongo que más que a los sueldos, lo que habría que hacer es no abusar tanto de las primas (no entiendo que se tenga que pagar a alguien dos veces por haber hecho su trabajo), no evadir tantos impuestos, no permitir sospechosos contratos de imagen, comisiones, deudas millonarias con la administración, etc, etc. Que no haya tanto vividor sin dar palo al agua, vamos. Si se va a meter mano de una puta vez en el fútbol para acabar con la corrupción y con los derroches de los vicentegrandes de turno, bienvenida sea cualquier propuesta. Pero me da que todo seguirá como siempre.
Ignoro si el partido en cuestión lo hace por patriotismo, pues el Celta nunca podrá competir con Madrid o Barcelona, o si es una propuesta demagógica más de la izquierda. Y es que el fútbol siempre ha sido un objetivo fácil para ese espectro político. Porque es vulgar, competitivo, alienante, lo del opio y tal, y reflejo del capitalismo más salvaje. Hay más especulación en un ejemplar de Marca que en la bolsa de Wall Street. Y ciertamente hay pocos oficios en los que se gane tanto trabajando tan poco. Y tan mal en algunos casos. En todos los equipos profesionales de todo el mundo hay medianías que nunca en la vida amortizarán la inversión realizada en ellas, mercenarios que ya no es que no sientan la camiseta, sino que ni siquiera se molestan en justificar su desorbitada ficha, y supuestas estrellas analfabetas cuyo único mérito es saber manejar el balón con los pies, o al menos convencer al personal de que así es.
Pero cuidado con estas propuestas populistas y supuestamente socializantes. Porque los únicos topes salariales deseables deberían serlo por lo bajo. Y nunca por lo alto.
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