BLOG DEDICADO A JAIME MARTORELL MIR




jueves, 3 de julio de 2014

DARK SIDE OF THE MERSEY


El siguiente artículo, cuya traducción al castellano me he currado para que todo el mundo pueda leerlo aquí en el blog de mi compi Mr Quely, apareció por primera vez en la célebre revista The Face en el año 1988 y fue escrito por el periodista musical John McCready. El autor expone en él una realidad completamente desconocida por la sociedad inglesa de aquel entonces y que aún hoy no ha sido lo suficientemente documentada (salvo en un par de libros): la existencia en Liverpool de toda una generación de casuals que, habiendo reaccionado contra la estética deportiva de Filas y Tacchinis imperante a comienzos de los años 80, cuando la cultura casual empezó a convertirse en un fenómeno global (circa 1983 para ser más exactos), terminó desarrollando toda una nueva cultura, comúnmente llamada retro-scally, basada en fumar porros y escuchar LP’s de bandas anacrónicas adscritas al infame género del rock progresivo.


 
Un hippie es acorralado en un callejón oscuro por un pequeño grupo de casuals de 16 años. En cualquier otra ciudad de Gran Bretaña lo que vendría a continuación es una penosa comprobación de su talante pacifista. Pero en Liverpool, lo más probable es que le acosaran a preguntas sobre del Festival de la Isla de de Wight. Genesis son populares en Liverpool. Y también lo es Zappa. Pero los más grandes de todos son sin lugar a dudas Pink Floyd.

Our little Jimmy he’s only three. But he’s into Zappa, just like me”

Politics Is Boring (poema extraído de The End magazine, Vol 14)

There’s one smoking a joint and another with spots. If I had my way I’d have all of you shot.”

In The Flesh’ del álbum de Pink Floyd ‘The Wall’ (EMI, 1979)
 
Pink Floyd están de gira mundial promocionando el LP ‘A Momentary Lapse Of Reason’. Maine Road, el estadio del City, es el lugar elegido para congregar a los fieles en Manchester. Todo marcha según lo previsto. Los láseres hacen lo que se supone que han de hacer los láseres, y los interminables solos se prolongan a lo largo de un set maratoniano. Una multitud compuesta por estudiantes y trabajadores sociales aplaude la soporífera destreza de la banda. Todo marcha según lo previsto. ¿Todo? No, porque los estudiantes y los trabajadores sociales no pueden relajarse. Un importante contingente de jóvenes llegados de Liverpool se arrastra entre la multitud. Los estudiantes permanecen con las manos en los bolsillos. ¿Acaso estos fans del rock progresivo van a ser asaltados por un puñado de casuals provenientes del margen equivocado de la M62?
La tensión se rompe cuando se escucha el marcado acento scouse dirigiéndose a un hippy de avanzada edad:

“Oye colega, ¿tienes papel?”

Horas antes, docenas de autocares y coches particulares abarrotados de estos chavales de Liverpool que el mundo entero presupone han de escuchar hip-hop porque viven en barrios de protección oficial, habían llegado al centro de Manchester. En los coches, ‘Dark Side of the Moon’ proporcionaba la adecuada experiencia pre-concierto. Aquellos afortunados que consiguieron asiento en un autocar pudieron incluso elegir entre el deleite visual de The Wall o el video de Live At Pompeii.
En los alrededores del estadio los reventas admiten que estos jóvenes, que calzan un variopinto elenco de zapatillas deportivas carísimas, no encajan con el prototipo de seguidor de Pink Floyd. Algunos ni se han molestado en comprar tickets. Los reventas adoptan los mismos métodos que en las finales de copa, y en ningún momento dejan de sujetar los valiosos trozos de papel de las entradas.
 
“¿Qué cojones estáis haciendo vosotros aquí?” pregunta uno de ellos.
“Estamos aquí por la música, chaval” responde otro que no tiene precisamente pinta de hippy.

Tales eventos dejan a su paso un reguero de contradicciones que confunden aún más si cabe a los viejos sociólogos con todas sus claras e inequívocas teorías acerca de los hábitos y costumbres de la generación post-casual.
La versión oficial sugiere que los scallys van al fútbol y escuchan a Elvis Costello, a la vez que se dedican a destrozar coches de alquiler cuando vuelven de sus desplazamientos a Chelsea. En realidad, mientras que el gobierno y los medios de comunicación se preguntan qué hacer con este hatajo de vándalos y borrachos y estudia la manera de introducir una tarjeta de identificación sin provocar un escándalo nacional, un sector cada vez mayor de futboleros de Liverpool discute sobre las existencias del papel de fumar extra-grande Rizla mientras se estremece con los sonidos del álbum ‘L’ de Steve Hillage.
Si bien en otros lugares la juventud ha sido absorbida por el acid house, la chavalería de esta ciudad ha construido una sólida cultura retro basada en el cannabis y en la música de Pink Floyd, Frank Zappa, Jimi Hendrix, Genesis y una idiosincrática colección de dinosaurios del rock progresivo de la década de los setenta. Los muros de la ciudad están llenos de pintadas que ofrecen pistas de lo que ocurre, pero aún así muy pocos dentro y fuera de Liverpool están realmente al tanto de este multitudinario culto underground cuyos orígenes se remontan hasta principios de los ochenta.

‘PURPLE HAZE’

‘NO BEBAS Y CONDUZCAS – FUMA HIERBA Y VUELA’

SYD BARRET VIVE’

FLOYD’

ZAPPA’

ROGER WATERS’

Es completamente imposible adentrarse en los suburbios y barrios de protección oficial de Liverpool sin toparse con alguna de estas pintadas en una pared, en una parada de autobús o en el cierre de una tienda.
En realidad este hecho no merecería comentario alguno si no fuera porque es inusual que profesores, estudiantes y hippies jubilados sean sorprendidos dañando la propiedad privada en nombre del rock progresivo. Los slogans son cosa de chavales de 14 ó 15 años, los hermanos pequeños de aquellos en Maine Road que no levantaban tres palmos del suelo cuando Jimi Hendrix empezó a introducir en el mundo de la música el deleite de la distorsión y los solos de guitarra tocados con los dientes.
Son sólo pistas que dejan entrever la fuerza del movimiento retro-casual. Los records de asistencia que vienen presentando conciertos de perfil bajo como los del cantautor Roy Harper únicamente sirven para confundir aún más si cabe a las discográficas que ya de por sí no suelen tener ni la menor idea de nada. Como siempre, serán las últimas en enterarse.
Entretanto, las tiendas de vinilos de segunda mano y las ferias del disco que visitan la ciudad se llenan de preadolescentes amantes del jazz-rock a los que se distingue fácilmente por su apelación tribal “¿Tienes algo de Zappa, colega?”. Los gerentes de videoclubs declaran que clásicos de la cultura de drogas como ‘Up In Smoke’ de Cheech & Chong son absurdamente demandados por niños que en otras ciudades estarían esperando su turno para alquilar Robocop o ET. Un entusiasmado crío de 17 años incluso ha conseguido cambiar oficialmente su nombre, David, por este otro mucho menos vulgar, Floyd. Las grandes cadenas de venta de discos constatan que el álbum en solitario de Roger Waters ‘K.A.O.S.’ y el recopilatorio ‘Opel’ de Syd Barret compiten directamente con los trabajos de Morrisey, Marr, Stock, Aitken y Waterman.
Lo que está ocurriendo es al mismo tiempo excepcional y grotesco. ¿Dónde acabará todo? Algunos creen que bastarán cinco noches seguidas de Frank Zappa en el Empire para entrar en razón y que la ciudad se recupere de esta retro-histeria que la asola.

¿Te gusta Genesis/Floyd/Zappa sólo porque está de moda?

Sí ………………………………………………………….….. 200 puntos

Sí, pero sólo cuando voy puesto …………................................ 250 puntos

No, aún escucho a The Jam y The Beat ….............…… menos 100 puntos

Are You A Real Wool?’ cuestionario de The End magazine, 1982.
 
Paul Weller tiene mucha culpa. Sea cual fuere el papel que tuvieron grupos como The Jam, The Clash o The Beat y demás extensiones pop del fenómeno punk en el resto del país, dichas bandas tenían perfecto sentido para la juventud de Liverpool. En tanto lucharon y se desvanecieron, lo que dejaron tras de sí era enormemente gris. Grupos como Joy Division, Magazine y el catálogo completo del sello Zoo (con sede en Liverpool) eran ridiculizados como “basura para estudiantes”.
Muchos de los actuales devotos de Zappa y Pink Floyd admiten haber sido fanáticos de The Jam antes de descubrir esta nueva música de finales de los 60 y primeros 70 que anteriormente despreciaban. Antes de que The Jam desaparecieran en el éter, su célebre concierto en el Deeside Leisure Centre en el norte de Gales fue la última gran aglomeración de pre-retro scallies, quienes parecían conectar inequívocamente con la imagen y con la música del grupo, elegante y afilada a partes iguales. Aquello era un matrimonio que tenía perfecto sentido para todos. Los críticos coincidían: ésta era la música de la clase obrera, la música de la calle. Pero entonces vino The Style Council. Y por unanimidad, eran “una mierda”.
La consiguiente popularidad de Bob Marley fue un anticipo de lo que se avecinaba, si bien es difícil concretar qué vino primero, si la música o la hierba. Sea como fuere, la una recibió a la otra con una calurosa bienvenida. Las colecciones de discos de los hermanos mayores (toda esta locura parece ser cosa exclusivamente de hombres) fueron redescubiertas y, ya que siempre se dijo que en cada calle del país había al menos una copia del ‘Dark Side of the Moon’ de Pink Floyd, la fascinación por su rock reflexivo volvió a la palestra.
Kevin, un militante hippy de pelo corto, resume en pocas palabras el sentimiento general: “Ojalá hubiera nacido antes. Me encantaría haber visto a Zappa en los setenta, sentado en un prado puesto hasta las trancas”.
Peter Hooton, vocalista de The Farm y co-editor del fanzine The End, una publicación con sede en Liverpool que ha documentado y ridiculizado este fenómeno local desde su nacimiento, recuerda ciertos pubs del área de Netherton donde los chavales fumaban hierba siguiendo el método de los ‘cuchillos calientes’, calentando dos cuchillos con una pequeña botella de gas de la marca Calor Gas e inhalando a través de una pipa de agua o una cafetera. En un pub local llamado Gatsby’s algunos scallies crearon incluso la llamada ‘esquina de Genesis’ (más tarde renombrada como la ‘esquina de Zappa’, debido al meteórico ascenso experimentado por el guitarrista barbudo). Se trataba de una zona reservada donde podías encontrar a gente sumergida en una nebulosa de humo de porro.
“Lo disfrutas más cuando vas colocado”, declara un joven de 15 años cuya idea de pasarlo bien consiste en yacer a oscuras en la cama con la cabeza colocada entre los altavoces mientras suena ‘Comfortably  Numb’ de Pink Floyd. “Las letras parecen más graciosas”.
The Farm podrían haber sido el grupo más exitoso de Gran Bretaña si Bob Marley y Roger Waters no se hubieran interpuesto en su camino. Vestían de arriba abajo con el estilo ‘casual’ que la juventud de Liverpool había instaurado y su música se componía de breves y aguzadas canciones de pop, mordaces y comprometidas políticamente. Durante un tiempo dominaron la escena local, pero poco después fueron eclipsados por una oscura nube de humo y engullidos por la sombra de ‘The Wall’.

The Farm
Peter Hooton recuerda aquella vez en las gradas de Anfield en que se fijó en la camiseta de un amigo suyo y en el extraño rostro que había en ella. “¿Quién es ése?” le preguntó. “Zappa” fue la respuesta.
The End ha procurado documentar el modo de vida juvenil existente en la ciudad. Mientras el cannabis conquistaba los barrios de protección oficial de Liverpool, se convirtió a regañadientes en la voz de una singular revolución neo-hippy. Sus páginas de poesías estaban repletas de versos acerca de la marihuana, ‘The Wall’ y el ubicuo Zappa. Cuanto más se cachondeaban Hooton y el resto del equipo, más parecía afianzarse esta cultura retro. Al mismo tiempo, el menú musical se volvía más y más extraño; un catálogo de artistas emparentados únicamente por su pertenencia a una época comprendida entre finales de los 60 y principios de los 70, y por el hecho de que sus periodos de máxima actividad de ventas hubieran pasado hace ya tiempo. Bob Dylan y Simon & Garfunkel fueron muy populares en un principio. Asimismo, los miembros de un grupo local llamado Groundpig se toparon de bruces con este pintoresco fenómeno y, siendo como eran de la vieja escuela, empezaron a tocar versiones de clásicos como ‘Solsbury Hill’ de Peter Gabriel, ‘The Sound of Silence’ de Simon & Garfunkel o ‘Breakfast In America’ de Supertramp.

A lo largo de 1982 The Farm solían actuar en alguna parte de la ciudad congregando quizá a 200 personas. Pero en otra parte, Groundpig llenaban salas con capacidad para 600 personas (y aún así se quedaba gente fuera esperando en la cola). Un puñado de chavales del distrito de Everton fundaron su propio grupo, Drama, inspirados por el ambiente musical que se respiraba alrededor. En su repertorio incluían versiones de Genesis y Gabriel. Como parte de una campaña anti-drogas financiada por el ayuntamiento, Peter Hooton colaboró en la organización de un tour Groundpig/Drama por los colegios de la ciudad. “Lo cierto es que no contábamos con suficiente seguridad” dice Peter. “Los chavales hacían locuras para poder entrar. Algunos lads más mayores empezaron a llegar en furgonetas. Habíamos creado un monstruo y teníamos que parar”.
David Miles tiene 17 años. Solía montar su bicicleta BMX y de vez en cuando acudía a ver al Liverpool. Hasta que escuchó a Pink Floyd. Ahora se llama Floyd Miles, pues consiguió cambiarse el nombre legalmente. Aunque sus amigos han aceptado este nuevo nombre, su madre se niega a llamarlo Floyd y rechaza por completo la idea que se le ha metido a su hijo en la cabeza. Los del Merseyside Passenger Transport Executive han sido más comprensivos, aceptando el cambio de nombre para el abono transporte. Floyd está tan orgulloso de ello como de los cientos de casetes y cd’s que posee. Todos ellos de los viejos reyes sureños de la psicodelia, como no podía ser de otra forma.
Floyd recuerda cómo se enganchó a la banda hace aproximadamente siete meses y cómo desde entonces se ha gastado unas 400 libras de sus ganancias del Programa de Formación Juvenil en discos. Por supuesto que estuvo presente en el concierto de Maine Road, y ahora rebosa felicidad con un nuevo LP en directo que recoge algunos de los últimos shows llevados a cabo por el grupo. Además habla con verdadera pasión sobre el significado que tienen para él esos discos (“’The Wall’ significa mucho para mí”), de su intención de seguir a la banda por Europa y de sus planes de visitar al genio Syd Berret en su casa de Cambridge, donde actualmente vive recluido. “Ahora está viviendo con su enfermera” expresa en tono melancólico. “Dicen que se tomó un frasco entero de ácido en los 60 y que ahora estará puesto de tripis el resto de su vida”. Tampoco espera demasiado de este encuentro con su ídolo: “Sólo quiero preguntarle cómo está, pedirle un autógrafo… esas cosas”. Floyd saca de pronto otro disco poco común: un bootleg valorado en 30 libras. “Lo conseguí en una feria del disco” asiente con orgullo. Todos los días, Floyd rebusca entre los estantes de Backtracks, una inmensa tienda de segunda mano que no sólo vende discos antiguos, sino también todo tipo de parches y camisetas para la nueva generación de hippies de pelo corto. Igualmente, cuenta que muy pronto actuará en la emisora de radio local North Coast Radio, una emisora sin licencia que retransmite desde su propio barrio, Bidston Estate. Obviamente sólo tocará temas de Pink Floyd. Otros proyectos que tiene en mente para el futuro incluyen reproducir la portada de ‘The Wall’ en el muro que hay enfrente de su casa (“Aún no le he preguntado a mi madre…”) y tocar la canción que él mismo ha compuesto, ‘Dedicated To Syd’, con un grupo mod local. Como era de esperar no le interesa ninguna otra música más allá de Floyd. “Gabriel no está mal” admite, “pero la verdad es que no quiero escuchar ninguna otra cosa. Si lo hiciera, puede que me dejaran de gustar Pink Floyd. Una vez fui a comprarme un disco de Genesis pero al final volví a casa con uno de Floyd…”
La llamada Noche de las Guitarras, un tour organizado por el sello IRS de Miles Copeland, ha llegado a Liverpool. Como la inmensa mayoría, estos tipos tampoco están al tanto de la locura que invade la ciudad. Los carteles promocionan el concepto ‘No Speak’ como ‘Rock Instrumental Para Los Noventa’, aunque la mayor parte de los artistas participantes son vestigios de los sesenta y setenta. Steve Howe de Yes, Robbie Krieger de The Doors y dos carrozas de Wishbone Ash reaparecen como viejas glorias en el escenario del Royal Court Theatre. En una esquina, de espaldas a la pared, un grupillo de seis scallies –a los que se distingue fácilmente por sus zapatillas deportivas- están liando porros. Los viejos carrozas ejecutan sus solos de guitarra mientras los scallies asienten con la cabeza en señal de aprobación. Un roadie –al que se distingue por su chupa de cuero, sus mugrientos pantalones y por su identificación- pasa ante ellos y durante unos pocos segundos se queda mirando la escena boquiabierto. Acaba de ser testigo del espíritu de una cultura única en su especie y de una ciudad extraordinaria.
Una ciudad donde los sueños prematuros de Genesis de una vieja Inglaterra se filtran a través de las ventanas de los dormitorios de chavales que viven en Kirkby y Croxteth; una ciudad donde Waters “suena guay” y Led Zeppelin “son la hostia”; una ciudad donde los “verdaderos hippies” son tratados con fascinación y respeto; una ciudad donde la música del futuro está en ‘modo espera’ permanente.
Esto es Liverpool en 1988, un planeta que gira alrededor de sí mismo; un asentamiento neo-hippy localizado en el lado oscuro de la luna.
 
John McCready, The Face, 1988

(Traducción de Álex Wannabes Fanzine)


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