Alejandro Vidal
Cada vez está más claro que sufrimos la infección de un virus que no sólo
afecta a los políticos, sino a toda la clase dirigente. Sólo a los nefastos
irresponsables de la Liga de Fútbol Profesional, con Astiazarán y Tebas al
frente, y a los ineptos directivos de las televisiones se les ocurre programar
el fútbol en unos horarios que perjudican absolutamente a todo el mundo, incluso
a sí mismos.
En efecto, son los clubs los primeros perjudicados tanto por la menor asistencia a los estadios, como por la merma de abonados producida por el hecho de que nadie en su sano juicio pagará un abono para diecinueve partidos sin saber si podrá ir a verlos. Atenta contra las familias, pues las once de la noche no es una hora apropiada para los niños, ni tampoco muchas amas de casa. Obliga a los empleados de clubs y recintos a trabajar en horario intempestivo y, es más, objeto de exigir pluses de nocturnidad. Interfiere en la preparación de los futbolistas y en su rendimiento, forzándoles a un ejercicio físico fuerte bajo temperaturas y condiciones ambientales muy distintas a las que sus músculos entrenan. Ni siquiera se benefician los canales de televisión, pues tan tarde es para desplazarse como para aguantar hasta la una de la madrugada de pie. Perderán espectadores.
Se están cargando la gallina de los huevos de oro. Desprecian a todos aquellos que sostienen este deporte en pie, ante la pasividad de una patronal inservible y pacata, un sindicato de futbolistas inútil y la deserción de los aficionados, ante lo que no tiene parangón en toda Europa. Eso sí, no pierdan de vista que el Madrid y el Barça se reservan para las siete de la tarde o las nueve de la noche. Ellos dictan las normas.
En efecto, son los clubs los primeros perjudicados tanto por la menor asistencia a los estadios, como por la merma de abonados producida por el hecho de que nadie en su sano juicio pagará un abono para diecinueve partidos sin saber si podrá ir a verlos. Atenta contra las familias, pues las once de la noche no es una hora apropiada para los niños, ni tampoco muchas amas de casa. Obliga a los empleados de clubs y recintos a trabajar en horario intempestivo y, es más, objeto de exigir pluses de nocturnidad. Interfiere en la preparación de los futbolistas y en su rendimiento, forzándoles a un ejercicio físico fuerte bajo temperaturas y condiciones ambientales muy distintas a las que sus músculos entrenan. Ni siquiera se benefician los canales de televisión, pues tan tarde es para desplazarse como para aguantar hasta la una de la madrugada de pie. Perderán espectadores.
Se están cargando la gallina de los huevos de oro. Desprecian a todos aquellos que sostienen este deporte en pie, ante la pasividad de una patronal inservible y pacata, un sindicato de futbolistas inútil y la deserción de los aficionados, ante lo que no tiene parangón en toda Europa. Eso sí, no pierdan de vista que el Madrid y el Barça se reservan para las siete de la tarde o las nueve de la noche. Ellos dictan las normas.
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