BLOG DEDICADO A JAIME MARTORELL MIR




jueves, 8 de diciembre de 2011

LÁGRIMAS


EDUARDO JORDÁ En esta época se ha vuelto muy normal la explotación del llanto. Lo explotan los desvergonzados que se ponen a llorar en los platós televisivos para cobrar un dinero que nunca podrían ganar en veinte años de trabajo honrado. Y lo explotan los que difunden las imágenes del dolor real de quienes han sufrido un accidente o un atentado o acaban de enterarse de la muerte violenta de una persona muy cercana, así que lloran en público, y corren de un lado a otro sin saber lo que están haciendo, o gimen en el suelo en medio de un paisaje arrasado de chatarra y humo y cadáveres ensangrentados. Se nos suele decir que la exhibición del dolor de las víctimas –y basta pensar en los atentados en Afganistán e Irak- es imprescindible para informar del hecho que acaba de ocurrir, pero yo tengo mis dudas. Y para mí, ninguna de estas dos exhibiciones del dolor debería permitirse, una por fraudulenta y engañosa, y la otra porque viola la intimidad de alguien a quien le acaban de destrozar la vida. Nadie tiene derecho a exhibir las lágrimas falsas de los sinvergüenzas que venden el cubo de basura donde guardan sus secretos. Y nadie tiene derecho a exhibir las lágrimas reales de la gente que acaba de vivir una experiencia muy dolorosa.
Pero evitar la explotación indigna del dolor ya parece imposible. Desde que los futbolistas se pusieron a llorar delante de las cámaras porque se iban trasferidos a otro club, snif, snif, o porque habían perdido la confianza de su entrenador, cualquiera que se ponga a llorar en público comete un acto imperdonable de hipocresía e histrionismo. Si el dolor es real, lloramos en la intimidad, ante personas que conocemos y con las que tenemos confianza, pero procuramos no hacerlo en público, a menos que hayamos vivido una situación que nos impide cualquier clase de control. El verdadero dolor es pudoroso, y se aleja por completo de esos espectáculos de teatro amateur que protagonizan los delincuentes sentimentales que lloran en los platós cada sábado por la noche. Todo eso no es más que blablablá y chantaje emocional. Y una sociedad civilizada debería tener previsto alguna clase de destierro o proscripción pública para todas esas personas que se dedican a ejercer en horarios de máxima audiencia la prostitución sentimental.
Así que no me voy a enternecer con la ministra italiana de Trabajo que se puso a llorar cuando anunció las drásticas medidas de ajuste que van a afectar a los italianos. Exigir cuarenta años de cotización laboral para cobrar una pensión es algo que destruye el principio de la universalidad de las pensiones, porque trabajar cuarenta años en estos tiempos es algo tan complicado como encontrarse un diamante en la sopa. Reconozco que la ministra Elsa Fornero posee una grandeza en la expresión y una capacitación profesional que no es habitual entre nuestros ministros o ministrables, y basta compararla con Leire Pajín o con José Blanco —o con la Cospedal o Soraya Sáenz de Santamaría (y no digamos ya con las ministras bunga-bunga de Berlusconi)—, para que parezca un retrato de Rembrandt colocado frente a una de esas caricaturas callejeras que se hacen por quince euros. Pero eso no basta para justificar que esa mujer se ponga a llorar en público. Si le desagradan las medidas que va a anunciar, que dimita de su cargo. Y si le parecen injustas, que se vaya a su casa. Que sepamos, nadie le ha puesto una pistola en la cabeza para que acepte ser ministra.
Ya me estoy temiendo la oleada de lágrimas ministeriales que se nos caerán encima cuando nos anuncien la subida del IVA y de la electricidad y la eliminación de 50.000 empleos públicos y la jubilación a los 115 años. Yo podría entender esas lágrimas si supiera que los ministros han tomado esas medidas después de suprimir el Senado, y todos los gastos superfluos que han encontrado en sus ministerios y en las comunidades autónomas, y después de despedir a todos los asesores enchufados y de prohibir todos los gastos que se van en comilonas y en prebendas y en "gabinetes de sostenibilidad trasversal interterritorial" donde empujan papeles con la nariz los militantes de su partido que no han logrado encontrar una ocupación decente en esta vida. Pero si antes no han suprimido todos esos gastos, que los políticos no me vengan con lagrimitas cuando me anuncien que voy a tener que cotizar cincuenta años si quiero cobrar una pensión. Prefiero que se vayan a llorar a casa.

3 comentarios:

  1. Muy buena esa frase, sí señor, me la apunto.

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  2. Grande y profundo, que lástima que no se haga justicia como en Islandia, triplicará su crecimiento para el 2012 tras encarcerlar a políticos y banqueros y crear una nueva Constitución.

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