La democracia griega excluía a los esclavos, la actual sólo les permite votar. La campaña discurre tan encorsetada que la Junta Electoral de Balears ha dictaminado que "los criterios periodísticos desvirtúan" la información electoral. He asistido por desgracia en tres días a los mitines de Zapatero y Rajoy en Palma, para constatar que han reducido la política al nivel de la telebasura. Las fotos del débil presidente popular junto a Camps, o los tres imputados del PSOE en las listas de Balears, confirman el desinterés por sanear su profesión, y fuerzan la elasticidad del cañamazo partidista al límite de fractura.
Entiendo pues el auge del movimiento 15-M, por mucho que "democracia real" sea un anacoluto que suena a "monarquía parlamentaria" o a sección de ¡Hola! Nos impondremos la expresión "democracia de ruptura", que alcanzó su frecuencia umbral el pasado domingo. La manifestación de Palma superó a los brontosaurios del primero de mayo, porque UGT y CCOO son apéndices de PP y PSOE. El 15–M adquiere su energía de activación el martes, día en que los partidos políticos interpelan a los concentrados, con la sana intención de que voten y callen. Sólo les falta adquirir la masa crítica, el punto en que se dispara espontáneamente la reacción en cadena.
La democracia es un sistema para ricos, y su funcionamiento requiere una simulación del reparto de la opulencia. Al negar la capacidad de consumir a un porcentaje creciente de ciudadanos, estalla un 15-M. Los sabios hablan de las contradicciones de un colectivo que se reclama formado por "parados, mileuristas, amas de casa, inmigrantes". En efecto, todos sabemos que partidos políticos y bancos muestran una coherencia radical. O limitan la desigualdad económica, o la democracia de ruptura acentuará el rupturismo en detrimento de su convicción democrática. Al fin y al cabo, la prueba de que el presidente de Telefónica no merece ganar mil veces más que un trabajador medio es el presidente de Telefónica.
En cuanto a la abrupta irrupción del 15-M en la campaña, es un movimiento estéril –en el sentido de su incapacidad reproductiva–, dado que pierde su identidad en cuanto solicita el voto pero no puede prescindir de la liturgia partidista. Su efervescencia supone un obsequio para la derecha, porque atiza miedos cervales, y no es probable que el antisistema José Blanco los engatuse con sus requiebros. Sólo ruego a Democracia Rupturista Ya que no tomen como santo patrón al cantante multimillonario Manu Chao y demás acólitos de Le Monde Caviar Diplomatique. Será el primer síntoma de su madurez.
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